Paysandú, Miércoles 09 de Noviembre de 2016
Opinion | 03 Nov Los eventos climáticos adversos están siendo cada vez más frecuentes en nuestro país y si bien, en comparación con otros, en Uruguay no ocurren grandes desastres por este motivo, sucesos como el de Dolores a principios de este año y --aunque de menor entidad-- lo ocurrido en Piriápolis en estos días, dan la pauta que deberíamos tomar muy en serio este asunto y, fundamentalmente, ocuparnos en informarnos sobre cómo actuar en esos casos.
En este contexto, la promoción de la cultura preventiva y de la gestión del riesgo en la vida cotidiana se vuelve un tema de fundamental importancia para evitar desastres a nivel personal y colectivo.
A nivel público y gubernamental, existen ámbitos de coordinación entre las instituciones púbicas para la gestión de riesgo de desastres en Uruguay, como el Sistema Nacional de Emergencias (SINAE) creado en 2009 con la finalidad de proteger a las personas, los bienes de significación y el medio ambiente de fenómenos adversos que deriven, o puedan derivar, en situaciones de emergencia o desastre. Si bien adquiere protagonismo durante la etapa de atención a las emergencias, el SINAE trabaja en todas las fases de la gestión integral del riesgo: antes de las emergencias llevando a cabo tareas de prevención, mitigación y preparación y después, coordinando acciones de rehabilitación y recuperación.
Asimismo, distintas instituciones públicas como las intendencias, la ANEP, el INAU y la Universidad, entre otros, han desarrollado protocolos de actuación ante situaciones de riesgo climático, con especial atención a las alertas naranja y roja.
El de las alertas sigue siendo un tema complejo, que genera dificultades de comunicación y gestión debido a que falta aceitar los mecanismos de actuación. Si bien es cierto que existen protocolos, en muchas instituciones públicas y privadas no se desarrollan jornadas de información para que todas las personas sepan exactamente cómo comportarse ante una situación de riesgo, en tanto que muchas veces las propias autoridades tampoco disponen en forma eficiente y eficaz las acciones a realizar, lo que genera una serie de problemas internos de comunicación y dilata el tiempo en lugar de actuar con celeridad en prevención de posibles situaciones de riesgo. Además, el cruce de informaciones en los medios de comunicación genera distinto tipo de especulaciones y, en ocasiones, la advertencia oficial de nivel de alto riesgo llega casi al mismo tiempo de la hora establecida de inicio de la misma. Suele llegar también horas después de los pronósticos privados --lo cual resulta ciertamente incomprensible dado que en general se utilizan los mismos satélites y medios tecnológicos para realizar las predicciones-- y cuando la opinión pública ya ha iniciado el debate sobre la validez de uno u otros.
Agreguemos a este cóctel el "agite" que realizan por las redes sociales algunas personas malintencionadas o ignorantes que publican fotos de tornados y desastres de hace varios años o de otros países y que muchos otros comparten sin evaluar si se trata o no de información fidedigna contribuyendo a generar situaciones de alarma para nada convenientes cuando se debería actuar en forma lógica y racional.
El cambio climático llegó para quedarse y tendremos que aprender a convivir con fenómenos más extremos de los que hasta ahora estábamos acostumbrados. El tornado F3 ocurrido en Dolores en abril pasado puso sobre la mesa el tema de cuán frecuente puede ser que este tipo de fenómenos afecten nuestro país.
Aunque era un dato desconocido para la mayoría de la población, desde 2006 se sebe que Uruguay está enteramente en el llamado “pasillo de los tornados”, un espacio compartido también por zonas de Argentina y Brasil que, según la NASA es la segunda zona de tormentas más intensas del mundo después del Corredor de los Tornados de Estados Unidos.
No obstante, a diferencia de lo que ocurre en el país norteamericano –donde los tornados sí pueden predecirse con gran precisión y la población es consciente del peligro, se hacen simulacros en hospitales y escuelas, hay sirenas y alertas que identifican claramente qué ciudades podrían resultar afectadas por un tornado--, aquí no contamos con medios tecnológicos propios para predecir este tipo de catástrofes con exactitud y tampoco los ciudadanos tienen la suficiente información sobre cómo actuar para protegerse y prevenir desgracias durante un evento extremo ni cómo comportarnos para evitar el caos posterior.
La alerta roja del pasado martes en el Norte del país transcurrió, finalmente, sin grandes desastres pero demostró una vez más que aún falta mucho para que tengamos cultura de prevención.
La consolidación de un banco nacional de datos meteorológicos, la automatización y modernización del sistema de observación, el mejoramiento de las capacidades de análisis, vigilancia y predicción, y el desarrollo institucional son los principales desafíos que afronta el Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet) en la actualidad. Y aunque se ha avanzado en este sentido, hay que seguir fortaleciéndolo con recursos económicos y personal altamente capacitado. Pero tampoco se debería descuidar al ciudadano de a pie. En este sentido, es necesario seguir trabajando para incorporar el enfoque de la gestión de riesgo en las dinámicas cotidianas, brindar a la población la posibilidad de tomar decisiones informadas y mejorar los aspectos comunicacionales de la gestión del riesgo de forma de anticiparse y tomar decisiones en tiempos de calma, única forma en que realmente podamos sentirnos y estar más seguros.
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