Paysandú, Miércoles 09 de Noviembre de 2016
Opinion | 06 Nov Hacia el final de la tarde del martes 1º de noviembre, el Instituto Nacional de Meteorología (Inumet) cesó la advertencia de nivel rojo “por tormentas severas” para Artigas, Rivera, Salto, Tacuarembó, Cerro Largo y Paysandú. Las lluvias en la ciudad resultaron intensas durante todo ese día, en especial por la mañana, pero en ningún momento se registró una verdadera emergencia. Pura agua caída desde el cielo. Nada más. De todos modos, la ciudad se paralizó, cerraron las oficinas públicas, varios comercios y los chicos dejaron de acudir a los jardines, escuelas y liceos. Las calles de la urbe sanducera aparecían vacías, cual feriado, en víspera del Día de los difuntos.
La reacción ante la alerta meteorológica se ocurrió exagerada (que los niños no vayan a estudiar, bueno, puede que sea comprensible, desde el punto de vista de los padres). Eso de no ir a trabajar, o bajar persiana del negocio u oficina, por las dudas si llega a pasar algo, antes que suceda, sí que suena alterado. De acuerdo con el informe publicado por Inumet, la interacción de una masa de aire cálida y el posterior ingreso de un frente frío ocasionaron tormentas fuertes que afectaron a todo el país desde la mañana del martes.
El martes 1º, Presidencia informó que ante esta advertencia se suspendieron las actividades en los organismos del Estado en los departamentos nombrados. En tanto, el Consejo de Educación Inicial y Primaria resolvió suspender las clases para el turno vespertino en los departamentos afectados por la alerta roja. En el caso de las escuelas de tiempo extendido y tiempo completo, “se comunica a los padres que pueden ir a retirar a sus hijos”, dijo el comunicado de Primaria.
Según el protocolo de acción de la ANEP ante la existencia de alertas meteorológicas, cuando la alerta sea de color rojo, se suspenderán las actividades educativas. En tanto, si el efecto climático los agarra en medio de las clases, “en ningún caso los centros educativos desalojarán a las personas en medio de una situación de riesgo”, según el texto de la ANEP.
De cualquier modo, cuando se emite una alerta meteorológica no significa que efectivamente vaya a ocurrir algo grave y, en general, no representa un alto riesgo de vida, en especial en el norte del país donde no hay cercanía con el mar y los vientos suelen ser menos fuertes. No se está tan expuesto como el sur, en especial en la angosta franja inmediata a la costa, donde ahí sí sufrieron hechos graves como en Piriápolis o Punta del Este. Y aún en esa delgada línea de peligro, cientos de vehículos livianos y hasta ómnibus iban y venían por la rambla bañados por las olas que reventaban contra el paredón, tal como quedó registrado en decenas de videos grabados por aficionados.
Hasta ahora, en Uruguay el único fenómeno realmente devastador son los tornados, como aconteció en abril en Dolores, departamento de Soriano. Caen en zonas reducidas y en poco espacio destruyen todo a su paso, pero justamente ese fenómeno es impredecible. Además, el efecto destructivo y potencialmente letal se reduce a un área de pocos cientos de metros.
Esto de dejar de trabajar cada vez que se anuncia una tormenta “severa” --a escala Uruguay, claro-- es muy moderno e, insistimos, exagerado. Los aeropuertos internacionales en todo el mundo, donde precisamente operan aviones --el medio de transporte más vulnerable de todos--, no dejan de funcionar ante una alerta. Lo hacen cuando, efectivamente, se desata la tempestad sobre el aeropuerto y hace imposible la operativa. Luego, ni bien visualizan una mejoría, vuelven a funcionar, aún bajo fuertes chaparrones que disminuyen la visibilidad a pocos metros, e intensas rachas de vientos que dificultan tremendamente los aterrizajes y despegues. Pero lo hacen. Una municipal escribió en el Facebook de EL TELEGRAFO que en 40 años en que trabajó en la Intendencia, nunca habían dado un día libre por alerta meteorológica. Y seguramente tampoco resultó lesionado ningún municipal por trabajar cuando hubo anuncio de tormenta en todo ese tiempo.
Esta situación de alerta roja dio pie también a un nuevo episodio entre meteorólogos y la polémica que hay en torno a las predicciones, que no conforman desde el temporal de agosto de 2005 que se registró, especialmente, en el sur del país.
La semana pasada, en su espacio matutino en Radio Sarandí y consignado por Montevideo Portal, el meteorólogo Guillermo Ramis emitió su propia alerta roja --para el martes 1º--, al considerar que los servicios oficiales de meteorología difícilmente lo hagan. Ramis señaló que desde hacía varios días venía observando la consolidación de un modelo meteorológico que desembocaría en turbonadas y hasta tornados, que podrían castigar todo el territorio nacional a partir del mediodía.
En cuanto al detalle de los vientos, el científico reconoció que se trata de algo muy difícil de establecer. “Es algo de muy corta duración, de entre 15 minutos y media hora”, explicó. Especificó que la zona de mayor riesgo sería la comprendida por los departamentos de Rivera, Artigas, Salto y Paysandú.
Predicciones y polémicas al margen, está claro que nos deberemos acostumbrar a fenómenos de estos, que suceden con más frecuencia. Quizá en esto se base la actual paranoia ante cada alerta roja e incluso naranja. Uno por semana ha sido la frecuencia con la que han ocurrido en el último mes fenómenos de vientos intensos y tormentas fuertes en diferentes zonas del país. Por más que otoño y primavera son épocas en las que es usual que sucedan ese tipo de fenómenos, “llama la atención la recurrencia en tan poco tiempo”, ha dicho el asesor del directorio del Inumet, Mario Bidegain.
El incremento de lluvias “es evidente” y desde hace algunos años varias zonas de Uruguay se ven afectadas por inundaciones en los meses de verano. ¿Será todo esto un asunto del cambio climático que afecta al mundo? Puede ser. Sin embargo, jamás tuvimos en todo este tiempo tormentas de la categoría de un huracán, cuyo poder devastador y predictibilidad sí ameritan verdaderas “alertas rojas” que deben de cumplirse a rajatabla.
Más allá de todo, no es sensato paralizar todo un país por una lluvia fuerte. Obviamente hay que actuar con sentido común, y si hay que lavar los vidrios exteriores en el piso 20 de un edificio, corresponde esperar a que pase la tormenta. O refugiarse bajo los árboles con vientos de 100 kilómetros por hora e intensa actividad eléctrica. Y si no hay verdadera necesidad de hacerlo, evitar viajar, por ejemplo.
Uruguay ya es bastante ineficiente como país para darnos el lujo de parar toda la actividad porque sí --por algo no somos competitivos en el mercado internacional, excepto con productos primarios--. No dejemos que nos gane la histeria y no alimentemos la paranoia. Si se cae el mundo nos quedaremos en casa. Por el momento, pilot, paraguas y botas. Como ha sido siempre.
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