Paysandú, Lunes 14 de Noviembre de 2016
Opinion | 13 Nov Llegar a casa para estar tranquilos, para disfrutar de la paz de la familia, descansar de la jornada de trabajo, compartir con los seres queridos. No hay lugar más seguro que nuestra propia casa. ¿No lo hay? Sí, en la mayoría de los casos. Pero no puede negarse que el feminicidio es un problema que crece sin pausa, provocado por aquellos que una vez prometieron amar hasta la muerte. Trocaron la intención y se convirtieron en asesinos.
La casa, el hogar, debería ser el lugar más seguro, pero las tristes experiencias de mujeres que pagaron con su vida la violencia de género de la que fueron víctimas demuestra lo contrario. Paysandú no olvida el caso del hombre que irrumpió en la casa de su expareja y le prendió fuego, matando a cuatro niñas e hiriendo de gravedad a la mujer. Pagó con su vida, pero no era esa su intención. Paysandú tampoco olvida el caso del hombre que puso fin a un pleito familiar con dos balazos de escopeta.
Paysandú no olvida, el Uruguay no olvida, el mundo no olvida. Pero los casos de maltrato a mujeres se suceden no solamente día a día, sino hora a hora, minuto a minuto. Muchos ni siquiera salen del ámbito familiar. Porque la mujer no solamente sufre el castigo corporal o sicológico (o ambos), sino que está presa en una telaraña de la cual no puede salir porque en general no tienen capacidad económica para escapar de esa espiral de violencia.
Resulta claro que la violencia doméstica no es privativa de los hombres, desde que estos también son víctimas. De hecho, diez hombres fueron asesinados por sus parejas o exparejas.
Empero, la principal víctima de la violencia doméstica es la mujer. El Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad del Uruguay indica que el año pasado murieron 26 mujeres por violencia intrafamiliar, que hubo 31.192 denuncias por violencia doméstica y 275 por violación, datos para todo el país.
En América Latina, según las Naciones Unidas, mueren 12 mujeres por día a causa de la violencia machista en la región. ONU Mujeres indica además que una encuesta realizada en Uruguay señala que el 50% de las mujeres declararon haber sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida: psicológica, sexual o física.
Aunque sus cifras son altas, la oficina para América Latina y el Caribe de la ONU Mujeres indicó recientemente que en el mundo ni siquiera se tiene claro el concepto de feminicidio (que es una palabra nueva incorporada en 2014 por la Real Academia Española, que significa: asesinato de una mujer a causa de su género).
No quedan dudas entonces del peligro que muchas mujeres viven en sus propios hogares, por parte de quienes representan el amor, la pareja y la familia. Y si la mitad de las mujeres sufrió algún tipo de violencia, entonces no se puede calificar la violencia intrafamiliar como otra cosa que no sea una epidemia. Mucho peor que algunas de las que tanto nos preocupamos (con razón, cierto es) como el dengue, el zika y otros virus por llegar.
No se trata solamente del horror ante las mujeres asesinadas, porque aquellas que sobreviven y han sufrido esa violencia que empieza con algún hecho banal y va creciendo en peligro y agresividad, pueden tener secuelas en su salud mental. En términos generales, las mujeres en esa situación tienen el doble de chances de sufrir depresión. Aparejado a ello, las víctimas son en la misma proporción más propensas al consumo abusivo de alcohol. Por último, y en estrecha relación con la región de que se trate, las mujeres víctimas de violencia física o sexual tienen 1,5 veces más probabilidades de contraer sífilis, clamidia o gonorrea, o VIH.
Y si de cifras se tratara solamente, se podría continuar citando varias. Pero el tema es mucho más complejo, porque quizás no sea apreciarlo en su conjunto si solamente nos quedamos en criticar al hombre machista, violento, que cree que la mujer es otra de sus propiedades.
En realidad, la violencia se ha expandido de tal manera en el mundo, que a cada paso se puede apreciar, en el escenario que sea, en el momento que se quiera. Las pequeñas broncas de cada día en el tránsito, en el trabajo, en ámbitos públicos; las frustraciones en lo económico y hasta en lo deportivo van sumando rabia.
Esta muchas veces estalla dentro del hogar, a la menor llama, al menor inconveniente. Y ese machista que viene con bronca acumulada en el día la descarga en quien debe amar, cuidar y proteger. Su pareja y, peor aún, muchas veces también contra sus hijos.
El mundo no está loco, eso no puede decirse. El pobre mundo no tiene la culpa de cómo estamos los humanos. Hay violencia en todos lados. Un elevado porcentaje de la población la sufre a diario, la guarda en su ser más íntimo y luego la hace explotar donde menos debería, donde precisamente la paz debería ser reina y señora.
No hay justificación contra quienes cometen violencia intrafamiliar o de género. Sean los hombres (la gran mayoría de casos), sean las mujeres (las menos). Las campañas que se llevan adelante, con marchas, jornadas, talleres y la más actual “Ni una menos”, tomando la creación de la artista cordobesa Romina Lerda, sin dudas convocan a la reflexión.
Mas no por ello detienen a los violentos. Hay demasiada violencia en nuestra sociedad. Que no conoce ni límites ni se detiene ante nadie. Todos somos víctimas de la violencia, a veces en cosas tan insignificantes como cuando no se nos respetan los derechos que nos da una ordenanza de tránsito.
Y lo peor es que nos estamos acostumbrando a la violencia. De cualquier tipo. Seguimos conmoviéndonos ante el horror de una nueva tragedia, sea un feminicidio o un crimen múltiple o lo que fuera. Las redes sociales estallan con opiniones que claman por sensatez, por castigos ejemplares, por el “nunca más” (o el “ni una menos”).
Pero la desigualdad feroz de este mundo es el que provoca tanta violencia, la que hace que la bronca se vaya acumulando y que cuando estalla, no somos más que bestias que destrozamos a nuestros principales afectos. La igualdad es algo que se escribe fácil. Pero más allá de algunas buenas intenciones, sigue siendo lo que mueve al mundo.
Para proteger a las mujeres debemos procurar resultados reales en el campo social y de oportunidades económicas. Han avanzado en esos ámbitos; sí, es cierto. Pero la desigualdad está lejos de terminarse. Y al mismo tiempo, hay que trabajar en recomponer una sociedad de valores, de virtudes, de respeto al prójimo por encima de su género.
La epidemia de violencia intrafamiliar no podrá ser realmente combatida si no lo es la violencia en general de la sociedad. Dentro del hogar, las tragedias se repiten diariamente en muchos lugares. Tienen muchas causas, desde el machismo hasta la rabia que no sabe cómo explotar sino ante alguien más débil y desprevenido, como es generalmente el caso de mujeres y niños.
Pero apenas ponemos un pie fuera, allí sigue estando la misma violencia. De la que todos somos víctimas. Pero --cuidado-- también victimarios.
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