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Paysandú, Jueves 01 de Diciembre de 2016

Una siembra ideológica

Opinion | 27 Nov El viernes por la noche murió en La Habana, Cuba, Fidel Castro a los 90 años. Con este deceso se cerraron 60 años de historia, desde que desembarcó en la isla con un grupo de rebeldes provenientes de México en 1956 para impulsar la guerrilla que derrocó a Fulgencio Batista en 1959 hasta ahora, momento final de la existencia de una de las principales figuras del siglo XX. Al frente de una dictadura, por momentos muy cruel, llevó una vida colmada de controversias, al tiempo que sus defensores --de los que hay muchos, allá y acá-- basan su postura en cuestiones especialmente ideológicas. El verdadero legado de este hombre, que estuvo 47 años de forma interrumpida al frente del régimen comunista que construyó en torno a su figura.
Su hermano y sucesor en el cargo, el presidente Raúl Castro, fue el encargado de comunicar la noticia en un mensaje televisivo. “Con profundo dolor comparezco para informarle a nuestro pueblo, a los amigos de nuestra América y del mundo que hoy, 25 de noviembre del 2016 a las 10.29 horas de la noche, falleció el comandante en jefe de la revolución cubana Fidel Castro Ruz”, dijo emocionado el mandatario.
Fidel Castro había abandonado el poder hace justo diez años, en 2006, por problemas de salud. Por aquel entonces, ya se rumoreaba sobre una muerte cercana. Raúl tomó el mando de forma provisional y en 2008 fue nombrado formalmente como nuevo presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros.
La última aparición de Fidel Castro había sido el pasado 15 de noviembre, cuando recibió en su residencia al presidente de Vietnam, Tran Dai Quang. Días pasados, estaba previsto que recibiera al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, pero la cita se canceló. Desde que se vio obligado a abandonar el poder en 2006, la principal actividad pública de Fidel Castro fue la publicación de artículos en la prensa cubana.
Aunque sus apariciones eran poco frecuentes, se mantuvo presente hasta los últimos tiempos, como cuando en marzo pasado, días después de la histórica visita de Barack Obama a la isla, publicó una columna en la que mostraba sus reticencias ante el acercamiento del presidente de Estados Unidos al gobierno cubano. “No necesitamos que el imperio nos regale nada”, subrayó, en una frase que digitó su accionar durante décadas y por la que se ganó la simpatía de las izquierdas mundiales. Esto es, la confrontación con el enemigo llamado Estados Unidos. En abril de 1959, durante su primera visita a Estados Unidos como líder de Cuba, Fidel Castro simuló --como había sucedido en situaciones anteriores-- moderación política, afirmando ante la prensa que su revolución era “humanista”. “Nuestra revolución es humanista porque humaniza al hombre”, insistió. Por cierto, estaba lejos de la realidad. Ya en ese tiempo, Castro tenía una cohorte de camaradas marxistas --entre ellos, su amigo argentino Ernesto “Che” Guevara-- diseñando planes para un gobierno radical de izquierda que pronto reemplazaría al tibio régimen liberal que había instalado luego de tomar el poder. Dos años después, en abril de 1961, en medio de una creciente tensión con Washington, Castro declaró que su revolución tendría desde entonces un “carácter socialista”.
Beneficiado por mucho tiempo por la influencia y las divisas de la Unión Soviética, la Cuba del astuto Fidel Castro formó guerrillas para pelear en América Latina y África, y al revelarse el secreto de que se preparaba una base de misiles soviéticos en la isla caribeña, casi desata una guerra nuclear entre Estados Unidos y Moscú. Además, las críticas de violación a los derechos humanos resultaron ser constantes en el régimen castrista. La Organización de Estados Americanos (OEA), Amnistía Internacional y Human Rights Watch son tan solo algunos de los organismos internacionales que alertaron, año tras año, sobre la “falta de libertad de expresión, persecuciones políticas y detenciones arbitrarias”.
El último informe de Human Rights, de enero de 2014, admitió que el país presidido por Raúl Castro liberó en 2010 y 2011 “a decenas de presos políticos a cambio de que aceptaran exiliarse”, que “son menos frecuentes las penas de prisión prolongadas contra los disidentes” y que se flexibilizaron las trabas para salir del país, aunque advirtió que aún le falta avanzar mucho en materia de derechos humanos. El reporte, de todos modos, es lapidario.
“El gobierno cubano continúa reprimiendo a personas y a grupos que critican al gobierno o reivindican derechos humanos fundamentales. Los funcionarios aplican una variedad de tácticas para castigar el disenso e infundir temor entre la población, incluidas golpizas, actos de repudio, despidos y amenazas de largas penas de prisión. En los últimos años, se incrementó vertiginosamente la cantidad de detenciones arbitrarias por períodos breves, que impiden que defensores de derechos humanos, periodistas independientes y otras personas puedan reunirse o trasladarse libremente”, sostuvo.
La economía de la isla, con la caída de la Unión Soviética, se vino a pique y todo el idealismo socialista se vio ante una realidad que lo superaba. El embargo también hacía mella (una verdad más allá de la ideología).
Es así que Castro se vio forzado a aceptar ciertas inversiones foráneas, permitir algunas empresas capitalistas y promover el turismo extranjero para atraer divisas a la isla.
“Si mantener su régimen en el poder era su objetivo final, lo consiguió. Pero si --como argumentaba-- era preservar las 'conquistas del socialismo', como la salud, la educación y la asistencia social estatales, entonces sus logros son más debatibles”, comenta con acierto un análisis de la BBC. Esos pilares del sistema cubano se deterioraron sobremanera a lo largo de los años, mientras que el influjo de turistas y sus dólares introdujeron nuevas tensiones sociales y desigualdades económicas.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa, crítico del régimen castrista, señaló ayer que la historia, finalmente, no absolverá a Fidel Castro, contradiciendo la famosa frase izquierdista. Si de verdad Cuba quiere abrirse al mundo, empezar un camino de tolerancia y reconciliación, no habría por qué absolverlo.


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