Paysandú, Viernes 02 de Diciembre de 2016
Opinion | 02 Dic Nuestro país integra ya desde hace unos años un lugar “privilegiado” en el ranking mundial de un fenómeno socioeconómico indeseable: el ausentismo laboral. Lejos de emplearse al máximo la capacidad productiva y de funcionamiento del país por una disponibilidad lógica de la fuerza de trabajo disponible o contratada, nos encontramos con que hay un porcentaje creciente de esas personas que no cumplen integralmente con sus obligaciones.
Es que con un ausentismo laboral que supera el 30 por ciento en algunos sectores, Uruguay está lejos de otros países en que este guarismo no supera el 8 por ciento, lo que da una pauta de la magnitud del problema que se da sobre todo en la esfera estatal, pero que también se manifiesta en la actividad privada en porcentajes muy superiores a los de no hace muchos años.
Para que tengamos este grado de ausentismo deben conjugarse elementos tales como la idiosincrasia y factores culturales que van de generación en generación y que han encontrado caldo de cultivo en la degradación de valores y en el cambio de las motivaciones dentro de la sociedad.
En forma paralela, para que esta tendencia se consolide debe contar con un medio favorable en el que se apoye tal idiosincrasia, como la relación costo-beneficio de la falta. Mejor dicho, del grado de pena y consecuencias del “faltazo”, que de ocasional pase a ser una rutina en determinados grupos o individuos, lo que hace que se consolide como natural que una persona no cumpla con su obligación y decida faltar, buscando o no la justificación “trucha” ante los responsables del emprendimiento privado o estatal.
Lamentablemente, la falta de cultura de trabajo tiene mucho que ver con este escenario. Es muy difícil superar costumbres arraigadas que dan por sentado que no hay obligaciones pero sí derechos que deben hacerse valer a rajatabla, y que al fin de cuentas en esa concepción no hay nada que justifique que una persona deba dedicar gran parte de su jornada a volcar su esfuerzo por generar ingresos para sí y para quienes de ella dependen, porque el Estado u otros --a los que en teoría les sobra y tienen todo regalado-- lo deben proveer.
Esta postura generalmente se fortalece con señales del entorno, muchas veces del propio Estado, lamentablemente. No es porque sí que las condiciones benignas y ultratolerantes provienen de este patrón difuso, que en teoría somos todos los uruguayos, los presuntos dueños de las empresas públicas y sostén de los organismos estatales.
Es así que en lugar de asumir que deben aplicarse los controles y marcarse reglas de juego claras, desde el Estado, los gobernantes --tanto Poder Ejecutivo como el Parlamento-- han pretendido combatir este deterioro de la contracción al trabajo estableciendo estímulos como el insólito pago por “presentismo”, cuando tal obligación surge inequívocamente de la propia relación laboral. Porque es obvio que el dependiente tiene el deber de concurrir al trabajo regularmente, salvo por razones de fuerza mayor debidamente justificadas, so pena de generar un legajo de inasistencias que en determinado momento pueda determinar la posibilidad de perder el trabajo, como se da en la actividad privada.
En cambio, lo que se ha hecho es alimentar el monstruo de origen cultural de aplicar la ley del mínimo esfuerzo y la mentada “viveza criolla”, que en los hechos es una estafa hacia el patrón, que somos todos los uruguayos, y al país, por reducir la posibilidad de aprovechar todo el potencial disponible para la creación de riqueza, para educar, para atender en los centros de salud en las mejores condiciones posibles. A la vez recarga el costo extra en organismos de seguridad social que deben pagar –total o parcialmente-- los días no trabajados a quienes no concurren por su propia voluntad, a costa del resto. Por añadidura, en no pocos casos se traslada a los otros integrantes de la plantilla laboral, en servicios o cadenas productivas, el esfuerzo de suplantar al eslabón faltante.
El tema del ausentismo laboral fue abordado precisamente hace pocos días en Paysandú en un seminario desarrollado en el Centro Comercial e Industrial de Paysandú a través de A&C Consultores Business Management, oportunidad en la que su director, Dr. Gustavo Rivero, señaló que además de algunos de los factores que exponemos ahora en este análisis, intervienen otros elementos que deben tenerse en cuenta.
Mencionó que este fenómeno, que impacta en los costos de las empresas, tiene varias vertientes, al recoger por un lado una creciente movilidad laboral, así como una serie de problemas de diversa índole y de relacionamiento que se da en la sociedad. Pero también apuntó al hecho de que en las empresas suele haber problemas de determinados mandos en el tratamiento con sus dependientes, que hace que se “huya” de la empresa, aún hacia actividades con menor remuneración.
Siendo este un aspecto para nada despreciable, el factor omnipresente, a nuestro juicio, es el alto grado de intolerancia a la frustración y a la discrepancia, que es lamentablemente una característica de la sociedad actual, sobre todo de las nuevas generaciones, que por regla general tienen baja motivación para asumir responsabilidades y tener presente los reales alcances de la interrelación entre deberes y derechos, lo que impacta directamente en el escenario laboral.
La movilidad es otra característica notoria de esta intolerancia, que trasciende incluso la incidencia del compromiso y la remuneración como factor de retención, y ello explica que sea cada vez más frecuente la alternancia de personal en el sector privado --pese a que no abundan las oportunidades de empleo ni mucho menos-- desde que en el ámbito estatal la inamovilidad y las condiciones benignas de trabajo son la regla y ello tiende a atenuar los efectos de esta intolerancia.
Ergo, no cuesta mucho inferir que la problemática del ausentismo conlleva condicionamientos desde una diversidad de vertientes y que es una consecuencia y no un fenómeno que pueda aislarse para ser tratado por separado de la forma en que ha evolucionado o se ha degradado la sociedad.
Y, en consecuencia, las respuestas siempre serán parciales e insuficientes si solo se lo pretende combatir como tal, porque un mejor control y actuación de los organismos competentes ayudará a su mitigación, sí, pero solo se podrá atacarlo de raíz si a la vez se generan respuestas para que evolucionen en otra dirección los parámetros, los valores y las costumbres que se cultivan a diario.
Un desafío nada fácil y que requiere acciones muy complejas en el corto, mediano y largo plazo; por ahora, no se perciben.
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