Paysandú, Martes 13 de Diciembre de 2016
Opinion | 12 Dic En todo el mundo la tuberculosis avanza y ha superado a la cantidad de muertos por SIDA. Sin embargo, permanece invisibilizada, relegada a la creencia de que es una patología que afecta básicamente a los cinturones de las ciudades o algo que pertenece al pasado.
De hecho, los tratamientos y herramientas de combate son los mismos que hace más de 40 años, a pesar de que la ciencia –y fundamentalmente la medicina-- ha mejorado sus fármacos, además del abordaje de las patologías que en el corto y mediano plazo se presentan como un problema sanitario de las naciones.
Los expertos internacionales estiman que los objetivos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) no se cumplirán si, a nivel global, no se accede a más fármacos, vacunas y pruebas sencillas, en tanto recuerdan que la vacuna BCG y la prueba cutánea se descubrieron hace cien años.
Mientras tanto, la enfermedad asciende a clases sociales y afecta a una población por fuera de las cárceles y de vulnerabilidades específicas. El año pasado afectó a casi diez millones y medio de personas y provocó la muerte a 1,8 millones. Por esa razón, las metas de acabar con la enfermedad en 2035, reducir las muertes un 95% y su incidencia en un 90% no se cumplirán, porque las inversiones y la voluntad no alcanzaron. Incluso la captación de los casos es parcial, según los países y las políticas de salud enfocadas a sus poblaciones.
El cálculo estimado por la OMS en unos 8.000 millones de dólares anuales el año pasado para la financiación de las campañas y combate a dicha patología resultó insuficiente. Paralelamente, la comunidad científica desarrolla cuatro proyectos de vacunas que no han alcanzado la fase correspondiente al ensayo clínico a gran escala ante la carencia de recursos, calculada en unos 100 millones de euros.
El apoyo y arbitraje de medidas orientadas a los pacientes afectados, junto con la detección de casos latentes es una faceta inconclusa y la comunidad científica reconoce la falta de apoyo porque la patología resulta poco atractiva para los grupos económicos que lideran las multinacionales farmacéuticas. Si bien trasciende las clases sociales, se encuentra arraigada en los sectores de escasos recursos y su retribución no parece redituable.
Hoy aparecen nuevos psicofármacos o revitalizantes de diversos tipos que se ubican rápidamente en poblaciones afectadas por el estrés, problemas de índole social o familiar, que reclaman la necesidad de descansar bajo el ala de una píldora sanadora.
Asimismo, no es una patología incorporada en la agenda social de los gobiernos y resta un enfoque integral que mejore las cifras que se registran anualmente en sectores desprotegidos.
En este concierto internacional, Uruguay no es una isla: en 2015 se registraron 909 casos y eso representa un incremento de 5,7% con respecto al año anterior, cuando se constataron 857. Las tasas aumentan desde 2011 y los infectólogos ubican a la tuberculosis en rangos con déficit alimentario o con situaciones de hacinamiento.
La mayor cantidad de personas afectadas se constató en hombres de 25 a 34 años, con un índice menor en niños de cinco años.
A nivel nacional representa una tasa de incidencia de 26 casos cada 100.000 habitantes y en el contexto regional, las cifras se elevan en Brasil con 44, seguido por Venezuela con 24 y Chile con 16, pero explotaron en Guatemala o Nicaragua.
Los centros de reclusión en Uruguay contienen los mayores focos y, según el último informe del comisionado parlamentario para el sistema penitenciario, Juan Miguel Petit, los presos “no tienen el debido acceso a la salud” y se observa que la alimentación está mal controlada.
En recintos carcelarios con problemas crónicos de violencia, como el Comcar, se presenta un sistema deteriorado en asistencia sanitaria, al tiempo que se pretendía de similares características a las que se ofrece a los usuarios. En realidad mejoraron los enfoques básicos como análisis o control de presión arterial, sin embargo, falta un seguimiento a los casos de tuberculosis –atado a la prevalencia del VIH, que entre 12 y 14% de dicha población padece-- u otras afecciones que ameritan un control estricto ante su rápida propagación en ámbitos de hacinamiento, que se transforman en negligencia médica por su afectación con el resto de la población.
En su página web, la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa y Enfermedades Prevalentes define a esta patología como “una enfermedad curable pero mata a 5.000 personas cada día, casi todas en el mundo en desarrollo”. Añade que “en Uruguay la enfermedad no ha sido eliminada y sigue siendo un problema sanitario para sus habitantes”.
El diputado Luis Gallo, quien integra la comisión de salud de la Cámara de Representantes y el Frente Parlamentario Americano sobre la Lucha contra la Tuberculosis, manifestó su intención de conformar un frente de similares características en el país a partir del año próximo para definir nuevas estrategias de combate en forma conjunta con la Comisión Antituberculosa y demostrar que no está erradicada ni controlada.
Si se delimitan por áreas, la zona metropolitana cuenta con casos de la enfermedad por encima del promedio –26,2 por cada 100.000 habitantes-- y en la otra punta, con menor cantidad de diagnósticos se ubican Río Negro, Tacuarembó y Colonia.
La afectación a Andrea Vila, conocida conductora de televisión, puso de relevancia que las patologías no discriminan, si se toma en cuenta que diariamente se enferman dos personas de tuberculosis.
Aún no está visible ni ha salido del clóset de los mitos culturales, no obstante, cuando lo haga a través de una labor concienzuda con la población, los diversos actores técnicos deberán enfocarse en una correcta difusión con la multiplicidad de miradas que requiere la política sanitaria.
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