Paysandú, Lunes 19 de Diciembre de 2016
Opinion | 14 Dic El Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) presentó su informe correspondiente al desarrollo humano regional para América Latina y el Caribe, donde se refiere a un progreso multidimensional y analiza el bienestar de las poblaciones, más allá de sus ingresos.
En el contexto suramericano, Uruguay se encuentra en una posición favorable, pero enfrenta desafíos para evitar una recaída en la pobreza de los sectores más vulnerables. De acuerdo al organismo, hay 128.000 uruguayos en esa situación, y al menos un millón podría caer en la pobreza. Si se toma el guarismo a nivel continental, se constata una reducción de la pobreza pero 1 de cada 3 se encuentra en peligro de recaer, o un total de 25 millones de personas.
En el país, cerca de un millón de personas gana entre 4 y 10 dólares diarios, al tiempo que la economía uruguaya presenta el crecimiento más bajo de los últimos años con 1% en 2015 y un estimativo de 0,5% este año, que crea un impacto sobre los puestos de trabajo y la protección social.
En América Latina, “se da más de lo que se recibe” porque a partir del tercer decil se observa una presión fiscal, cuando los analistas sostienen que debería ubicarse a partir del sexto o séptimo decil, para obtener una mirada más equitativa.
Según este documento, el 40,3% de la población entre 15 y 24 años se encuentra en situación de pobreza y vulnerabilidad, en tanto no estudia ni trabaja y gana menos de 4 dólares por día. Si a ese total se suma al 22,4% de la población que percibe entre 4 y 10 dólares, el porcentaje se eleva al 62,7.
En comparación con el alto nivel de formalidad existente –Uruguay es tercero en una lista de 18 naciones--, el porcentaje de jóvenes que no estudia ni trabaja es bastante alto para América Latina, si se toma en cuenta el elevado nivel de participación laboral de las mujeres, por ejemplo.
Es así que la preocupación permanece en esa franja etaria, donde la tasa de finalización de Secundaria permanece por debajo del promedio latinoamericano, en tanto los jóvenes no evalúan como importante la finalización del Bachillerato y su ingreso a la universidad, porque el mercado laboral uruguayo –al menos hasta el momento-- no exige rendimientos mayores. Discriminado por sexos, hay mayor cantidad de varones de no estudian ni trabajan que mujeres, quienes se encuentran mejor posicionadas en el mercado laboral dentro de dicha franja e incluso permanecen por más tiempo en el ámbito educativo.
En el continente, unas 200 millones de personas no logran transitar hacia la clase media de un total de 600 millones.
En cuanto a la calidad del empleo, el reporte apunta a que dos de cada tres empleos se generan en el sector de los servicios, vinculados a la construcción, comercio, hotelería o alimentación y resultan frágiles en los momentos de recesión económica. Es, incluso, un buen ejemplo de lo que ocurre en el departamento, donde el 80% de los trabajadores de la construcción permanecen desempleados ante la falta de inversiones en obras públicas o privadas.
La industria manufacturera y otros trabajos mejor calificados se encuentran posicionados en momentos de crisis, pero –tal como lo reclaman los sindicatos del sector-- deberá sumarse un valor agregado que posicione el producto y mejore los índices salariales.
El perfil demográfico uruguayo no es un tema menor y la tendencia al envejecimiento, en comparación con América Latina, presiona sobre la seguridad social –que ya presenta problemas-- y el mercado laboral, que registrará un déficit a futuro y deberá subsanarse con migración o crecimiento económico muy relativo, tal como ocurre en economías similares a la uruguaya. Como sea, el techo laboral se ubica en el mercado de puestos con baja calificación porque resultan frágiles y vulnerables desde siempre, e impulsan a la existencia de un límite fiscal porque los gobiernos no podrán aumentar esa presión. Sin embargo, el panorama no ha sido negativo en lo global porque el 49% de la población obtuvo ingresos ascendentes durante la denominada “década ganada”. Si bien los cambios no fueron revolucionarios, sino progresivos, se confirma la existencia de un mejor tejido social que no cuentan otros países de la región.
Las desigualdades a nivel del continente se encuentran en la accesibilidad a la educación, salud y vivienda, enmarcado en una problemática estructural que permanece fija en el extractivismo de sus recursos naturales. La economía nacional depende de los mercados vecinos, como Argentina o Brasil, que se encuentran en recesión y también dependen del extractivismo. Por eso los retos hacia el futuro no son los mismos, ni las soluciones tampoco lo serán, pero la salida de los sectores sumergidos en las diversas vulnerabilidades económicas está fijada en el mercado laboral, con la necesidad de sostener la seguridad social que proteja a los adultos mayores y a las jefas de hogar, cuyo porcentaje aumentó en los últimos años.
La solución de una problemática social y cultural se sostiene a largo plazo, en función de las agendas políticas y sus prioridades, pero se basan en modelos de desarrollo sostenibles basado en la diversificación productiva y la inserción laboral de los jóvenes, acompañado siempre de una presión fiscal acorde con quienes ofrecen oportunidades laborales --fundamentalmente en el área privada-- así como a los trabajadores, que en ocasiones terminan pagando las malas gestiones de economías con índices positivos y recaudaciones como nunca antes, tal como el caso uruguayo en la última década.
En relación a los factores de desigualdad que mide el índice de Gini, Uruguay no se encuentra entre los más altos de América Latina sino a la mitad. En tal sentido, los ingresos laborales, las transferencias sociales y el cambio demográfico –en ese orden-- son factores que inciden en un mayor desarrollo.
De hecho, el envejecimiento poblacional demuestra un aumento en la desigualdad y se muestra como un factor negativo.
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