Paysandú, Viernes 23 de Diciembre de 2016
Opinion | 20 Dic A esta altura, resulta difícil sorprenderse sobre el tenor de las noticias que provienen desde Venezuela. Un país sentado sobre las mayores reservas petroleras del mundo, con una profunda crisis socioeconómica y cuyo presidente, Nicolás Maduro, sin embargo logra conmover a tirios y troyanos con sus delirios, que superan hace rato la “cuota de color” con que algunos sectores pretenden atenuar el impacto de las salidas de tono, atribuyéndolas a la idiosincrasia propia de un país caribeño.
La semana pasada tuvo lugar la reunión del Mercosur en Buenos Aires, a la que no se había invitado a la canciller venezolana Delcy Rodríguez, quien sin embargo concurrió y pretendió ingresar a prepo en el edificio. Se difundió a tambor batiente por el gobierno de Maduro el incidente, con la idea de generar la idea de una agresión a la representante venezolana y de esta forma victimizarse ante la opinión pública, regional y mundial.
Luego de la reunión de los ministros de Relaciones Exteriores del Mercosur, que terminó en polémica debido a la canciller de Venezuela, el presidente Nicolás Maduro denunció las agresiones a su funcionaria.
Con ribetes novelescos, pero con un guión ya archisabido, el gobierno de Venezuela emitió una protesta “enérgica y total a la cobardía del gobierno argentino contra esta digna joven mujer, quien representa la voz del pueblo de Simón Bolívar”, según hizo público el propio Nicolás Maduro en La Habana, por el episodio ocurrido en el Palacio San Martín. Posteriormente agregó duros calificativos contra el presidente argentino, Mauricio Macri.
Según Maduro, la canciller habría sufrido una fractura en la clavícula al ser golpeada a las puertas del edificio José de San Martín y posteriormente agredida por el jefe de seguridad del organismo, de acuerdo a lo publicado por los medios públicos del chavismo. El vicecanciller de Bolivia también resultó con una fractura en una mano “al tratar de defender a los cancilleres de Venezuela y de su país”, argumentó, con total desparpajo, el mandatario venezolano. Si se tiene en cuenta que pese a la “fractura” --que naturalmente estuvo muy lejos de concretarse-- la diplomática se reunió informalmente con los representantes de los demás países del Mercosur, habló largo y tendido con la prensa y no acusó ningún síntoma visible de los golpes.
La puesta en escena con victimización incluida --como el cuento del pastor mentiroso--, es un recurso demasiado expuesto y conocido como para ni siquiera impresionar al más despistado. Tampoco es un elemento distractivo de los temas de fondo, que son el incumplimiento por Venezuela de las normas del Mercosur y del desconocimiento de la cláusula democrática por un gobierno que no cumple con ofrecer garantías en derechos y libertades a sus ciudadanos.
Pero igualmente Maduro generó alguna confusión para los pocos que todavía reparan en sus reflexiones y no puede extrañar que intentara un movimiento más para posar como víctima ante la cada vez más diezmada tribuna de seguidores locales e internacionales, al proclamar que todo obedece a “la violencia de una ultraderecha intolerante nunca antes vista, que en vez de fortalecer el Mercosur Social de los Pueblos, que habíamos logrado, ha impuesto un plan retrógrado de destrucción y de división”.
Sería para la risa y cuasi antológico si no fuera realmente caricaturesco querer tomar a la opinión pública como un hato de tontos permeables a sus delirios y frases hechas con las que atribuye siempre la culpa al imperialismo y a todos los otros que le hacen el juego, en lugar de asumir los gruesos errores propios, que se cuentan a montones y cada vez más groseros por su diatriba ideológica sistemática y rebuscada.
Para que no haya margen de dudas con respecto a los colectivos que también actúan en pose de víctimas, tanto ideológicas como de género si la cosa sirve a sus intereses, paralelamente el colectivo de mujeres bolivarianas se activó una vez más, como ya lo viene haciendo cada vez que la oposición critica a una de sus dirigentes femeninas.
Blanca Ekkhout, ministra del Poder Popular para la Mujer, condenó “la agresión” y calificó el hecho de bochornoso y vergonzoso. “No es casual la conducta misógina de la derecha latinoamericana y de la derecha mundial. El nuevo escenario de guerra parece ser el cuerpo de la mujer”, destacó la ministra, como si el hecho de que la canciller sea mujer tenga algo que ver con la esencia del episodio en el que el ingreso tenía la sola idea de autovictimización para generar cierto grado de empatía desde despistados que todavía creen en los Reyes Magos.
Pero hay cosas mucho más serias, lamentablemente, que estos enredos de carácter anecdótico, aunque no aislados, porque el pueblo venezolano sufre hambruna y falta de insumos básicos, además de conculcación de libertades, como consecuencia de las políticas populistas que se han sustentado en los ingresos extraordinarios por la venta de petróleo. Al no contar con fuerza productiva propia, ni siquiera para autoabastecimiento, ya no hay recursos para seguir comprando respaldo de sectores supuestamente favorecidos por estas políticas, por lo que el descontento por la carestía crece.
Las penurias de los venezolanos no cesan y las respuestas que provienen desde el gobierno distan de ser tranquilizadoras. El gobierno de Nicolás Maduro acaba de militarizar seis localidades del estado de Bolívar y su capital, Ciudad Bolívar. Estas fueron escenario de saqueos y vandalismo, a pesar de que el presidente tuvo que retroceder y prolongar la vigencia del billete de 100 bolívares hasta el 2 de enero --que pretendía sacar ya de circulación-- y del toque de queda que decretó el gobernador Francisco Rangel Gómez.
También varios estados fronterizos fueron militarizados y el gobierno decretó el acuartelamiento del ejército. Maduro ordenó el cierre de la frontera con Colombia y Brasil hasta el 2 de enero. Pese a la prohibición, en el Táchira, los venezolanos intentaron pasar los puentes internacionales a pie para comprar víveres y medicinas en Cúcuta, Colombia, porque carecen hasta de los insumos más elementales.
Maduro, lejos de reconocer que su gobierno es el problema y no la solución, sigue atribuyendo toda la culpa a supuestas conspiraciones internacionales y a que el imperialismo, los opositores, la derecha, habían preparado una maniobra “mafiosa” con los billetes de 100 bolívares. La “solución”: retirarlos de circulación para no permitir la maniobra de los “enemigos de la revolución bolivariana”.
El pánico que han sentido los empresarios los ha obligado a mantener sus negocios cerrados para evitar saqueos o porque no aceptan el pago en efectivo y tampoco en tarjetas de crédito o débito. El punto es que la empresa Credicard, de la que el Estado es propietario del 30% de las acciones, no les ha devuelto su dinero después de haber sido intervenida hace dos semanas.
Este desquicio, la pretensión de que ignorando la realidad e inventando conspiraciones las cosas van a solucionarse por sí solas, para ir tirando hasta que el petróleo como por arte de magia llegue en pocos días a los 200 o 300 dólares el barril, para por un tiempo mitigar las consecuencias de la grave crisis venezolana, es indicativo de que no hay salidas a la vista, mientras no haya un cambio de gobierno en la nación caribeña.
Está en los propios venezolanos promover respuestas por la vía pacífica, deponiendo diferencias y apelando a los instrumentos que da la institucionalidad democrática, como debe ser, para ir de a poco restañando heridas y hacer al país viable, antes que se genere la masa crítica para un estallido social que debe evitarse. Porque aunque estén mal, siempre las cosas pueden estar peor.
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