Paysandú, Viernes 23 de Diciembre de 2016
Opinion | 23 Dic El fin de semana pasado los sanduceros, según información del Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet), nos preparábamos para una tormenta de consideración, con fuertes lluvias y vientos. El comentario era en qué momento se iba a descargar el agua, todos en guardia por su probable intensidad y por los daños que podría acarrear. En pocas horas pasaron de alerta verde a naranja, para finalmente volver a verde, pasando por amarilla. Nada extraordinario sucedió en todo ese tiempo. Unas pocas gotas que refrescaron algo el sopor del día y nada más. Otra vez se había apelado a una especie de alarmismo cuando por estos lares han sido comunes las fuertes tormentas en esta época. La gente ya se empieza a cansar de tanto pronóstico errado y exagerado.
El sábado 17 por la tarde ya el Inumet emitió una prealerta interno, que envió al Sistema Nacional de Emergencias (Sinae), por tormentas previstas para el domingo 18, entre la mañana y la madrugada del lunes 19. Y si bien la página web del Inumet mostraba en verde a todo el país, en el cuadro de los pronósticos ya indicaba la probabilidad de tormentas para el día siguiente, con la indicación de que podría cambiar de color en las sucesivas horas.
Tal alerta se basaba en un probable ingreso de un frente frío precedido de actividad pre-frontal. “En su desplazamiento, de suroeste a noreste del país, se prevé el desarrollo de tormentas puntualmente fuertes acompañada de los siguientes fenómenos meteorológicos: rachas de viento asociadas a tormentas entre 75 a 120 kilómetros por hora; precipitación de granizo; intensa actividad eléctrica; y precipitaciones puntualmente copiosas (100-200 mm en 24 horas)”, aseguraba el comunicado del organismo.
Ya el domingo, cerca del mediodía cuando estaba caluroso pero nublado, Inumet emitió alerta amarilla por tormentas solo para los departamentos al sur del río Negro, válido hasta las 18 de ese día. Paysandú y el norte del país permanecían en verde. Se hablaba de una masa de aire cálida, húmeda e inestable que cubría al país mientras un frente frío se aproximaba por el suroeste. “Es probable la formación de tormentas puntualmente intensas acompañadas de los siguientes fenómenos: precipitaciones puntualmente abundantes (20-50 mm en 6 horas); ocasionales rachas de viento de corta duración entre 60-75 kilómetros por hora; probables precipitaciones de granizo; e intensa actividad eléctrica”, rezaba el texto del Inumet.
Unas dos horas y media después, Inumet cambió el pronóstico de verde a naranja para todo el país, por tormentas fuertes. “Es probable la formación de tormentas puntualmente fuertes, ingresando por el sur y el litoral que se desplazarán hacia el noreste”, seguidas de lluvias copiosas y con vientos entre 75 y 120 kilómetros por hora”, nos decía el centro meteorológico uruguayo.
Solo cuatro horas después, quedó claro que la alarma resultó ser un amague. Alrededor de las 18.40 del domingo 18, Inumet cesó la alerta naranja para Paysandú, sin que se registraran eventos meteorológicos extraordinarios de ningún tipo. Cambió para color amarillo y más tarde retornó al verde. La racha de viento más fuerte registrada ese día en el área de la ciudad alcanzó los 53 kilómetros hora, casi no hubo lluvia ni tormenta eléctrica. Eso sí, para alivio de los ciudadanos, la temperatura bajó bruscamente desde los 34 °C al mediodía a 26 °C en la tardecita.
Menos mal que estas idas y vueltas ocurrieron un domingo y no le generó la duda a los públicos de parar o no las actividades, como sucedió a inicios de noviembre. En aquella ocasión, hubo alerta roja y fuertes lluvias, pero no pasó de eso. El martes 1º de noviembre, la ciudad redujo sensiblemente su trajín habitual entre las 12 y 18, después que el Inumet hiciera pública una advertencia de color rojo. Todos los organismos y empresas públicas del país, acatando una resolución de Presidencia de la República, detuvieron su diaria labor, excepto aquellas áreas con tareas específicas en situaciones de emergencia.
Los empleados públicos fueron enviados a sus hogares y las oficinas cerradas, lo que incluyó a la Intendencia en todas sus locaciones. Lo mismo pasó en los centros de educación que rápidamente acataron la orden oficial, cerrando sus puertas y coordinando la salida de los estudiantes de acuerdo con su edad. En el área privada, si bien la recomendación de Presidencia fue que también detuvieran toda actividad durante la vigencia de la alerta roja, en general el comercio abrió sus puertas por la tarde.
No obstante, sí pudo apreciarse que asistió un número sensiblemente menor de empleados, desde que muchos prefirieron quedarse en casa, acatando la recomendación oficial. En tanto, el centro de Paysandú estuvo casi desierto durante horas.
Fueron seis horas de tensión en la ciudad, pues el mayor peligro indicado por los meteorólogos era la probabilidad de fuertes vientos y probablemente tornado. No se llegó a ese punto y la sensación que sobrevoló luego de la lluvia fue que quizás se exageró un poco en la previsión. Pero el público se mueve según la información oficial, en la que espera confiar para tomar los recaudos necesarios o para tomar decisiones que afectan su negocio o producción.
Lo que quedó claro ya en innumerables ocasiones en que los avisos de alerta fallan y que el sistema basado en colores no sirve. Y que paralizar el país por probabilidad de tormentas que finalmente no se cumplen, es disparatado. En los países del Primer Mundo, donde los sistemas sí funcionan, una medida extrema como esa se toma ante verdaderos fenómenos extremos: un huracán, una ventisca que congele medio país, etcétera. Ni siquiera se suspenden las actividades por “riesgo de tornado”, sino cuando realmente se están produciendo y en logares puntuales por donde pasará, porque lo ven en tiempo real con los radares doppler.
En tanto, un huracán para adquirir la categoría de tal tiene que alcanzar vientos sostenidos de 120 km/h; menos de eso se considera “tormenta tropical”, lo que para nosotros ya es una “alerta roja” con pantalones largos. Que además, puede que no ocurra. Por eso quizás sería más acertado cambiar el sistema de predicción por uno más genérico, valorando en su real dimensión lo que es una tormenta extraordinaria de lo que pueda ser una tormenta de verano, y además tomarlo como una probabilidad que no es infalible. Otra posibilidad es ir a un sistema de vectores de viento por hora y niveles de nubosidad y lluvias, sin “colores”, donde la inteligencia del lector sabrá interpretar lo que se viene. Cualquier opción sería mejor que lo que se hace ahora: alertar por las dudas y declarar feriados al barrer para cubrirse de la incapacidad de predecir los eventos meteorológicos extremos en zonas puntuales.
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