Paysandú, Lunes 16 de Enero de 2017
Opinion | 13 Ene Desde que se tiene memoria, a través de una diversidad de emprendimientos que han apuntado a obtener rentabilidad a partir de determinadas explotaciones --como producción de bienes y servicios--, el esquema empresarial se ha regido por la ecuación costo-beneficio. Es decir, se coloca en el mercado un producto a un precio con margen que cubra holgadamente los costos, para obtener la mayor rentabilidad posible. Esta regla, a la vez, permite mantener saneadas las finanzas, en un régimen de libre mercado y con determinadas regulaciones, para asegurar además la supervivencia del emprendimiento.
Pero sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX --por establecer una línea divisoria flexible--, según el lugar del mundo, ingresó en la consideración pública de los actores, de los gobiernos, de las organizaciones locales e internacionales un factor a tener en cuenta para su instalación y desenvolvimiento: no solo enmarcarse en las normas legales de un país, sino hacerlo de forma amigable con el medio ambiente. Y hacerlo en todas sus formas posibles, sin perder de vista la competitividad, la ecuación calidad-precio y hacer que la empresa tenga aceptación social.
No es un tema menor, desde que cualquier boicot organizado o espontáneo hacia una empresa que no resulte aceptable en la opinión pública, en un mercado de oferta y demanda, de libre competencia, hará que los consumidores se inclinen por la competencia y comprometa la supervivencia del emprendimiento.
En gran medida, ha quedado atrás el capitalismo salvaje tan denostado, sobre todo a partir de cuestionamientos procedentes de regímenes del socialismo colectivista de los medios de producción y su repique en organizaciones políticas y afines encargadas de multiplicar los cuestionamientos por motivos ideológicos o políticos.
Pero claro, cuando cayó la Cortina de Hierro, se supo que los emprendimientos de los países del antiguo socialismo real eran grandes contaminantes del medio ambiente, además de tener producciones obsoletas y de baja calidad, por lo que el engaño no duró mucho y dejó en claro que no alcanza con regular adecuadamente los emprendimientos, sino que es preciso tener transparencia y devolver, de alguna forma, a la sociedad las preferencias de las que se goza.
En estas consideraciones de ser amigable con el medio ambiente, sustentable y de integrarse a la dirección en que va el mundo, tenemos aspectos clave: el uso de energías renovables, el procesamiento del agua para su reutilización, el reciclaje de residuos y las acciones en el entorno social en el que una compañía se instala, como las capacitaciones, construcción de escuelas o bibliotecas. Estos elementos forman parte de los programas de sustentabilidad de varias multinacionales instaladas en Uruguay, según surge de un análisis de la sección “Economía y empresas” de El Observador.
Según los expertos, las empresas cada vez más van a apostar a prácticas que hagan que su negocio se mantenga en el tiempo y sus acciones aporten al crecimiento de tres factores que conforman la sustentabilidad: la economía, la sociedad y el medio ambiente.
Así, “las empresas van a poder mejorar y crecer si se dan cuenta de la importancia de ayudar a resolver los problemas sociales”, reflexionó el gerente general de la consultora estadounidense FSG Dane Smith, en el evento organizado por Montevideo Refrescos, llamado “Sustentabilidad: creando valor compartido”, en diciembre.
Según el consultor, las empresas que trabajan en la creación de “valor compartido” tienen éxito porque se enfocan en la colaboración con la sociedad para resolver los problemas del entorno. A su juicio, los beneficios inmediatos para las compañías que tienen esta apuesta son aumentos en sus ventas y abatimiento de costos, además de acelerar sus procesos de innovación y mejorar el entorno en el que se desarrollan sus negocios.
Tiene mucho que ver la regulación en cada país y, sobre todo, la forma en que se cumple con el marco legal, porque si no se actúa con la misma concepción y celo en la competencia, se ingresa en una espiral de desventajas en costos que degradan la sustentabilidad y supervivencia del proyecto. Es el respeto a las normas --con los adecuados controles-- un factor clave para que siga la evolución hacia un universo sustentable y cada vez más distante de aquel capitalismo salvaje y depredador de los recursos naturales. En Uruguay, la mayoría de las empresas que ejecutan políticas de sustentabilidad son multinacionales, que siguen las directrices de la casa matriz, según evaluó el director ejecutivo de Deres, Eduardo Shaw, quien aclaró que esto no quiere decir que las empresas locales no contribuyan con la sustentabilidad, sino que realizan acciones aisladas, sin formar parte de una política. “Lo que sucede es que todavía las empresas nacionales no han incorporado transversalmente en la compañía todos los aspectos de la sustentabilidad y lo manejan de forma segmentada”, puntualizó Shaw.
Este elemento aportado por el empresario tiene mucho que ver con nuestra idiosincrasia, no solo en cuanto a la forma de desempeño de la empresa y la valoración e interrelación con la sociedad, con los gobernantes, con el Estado, con las organizaciones, sino que existe en nuestro medio una flexibilidad que, en muchos casos, se asimila a un encogimiento de hombros que hace que, el consumidor no cuestione determinado producto o bien que no responde a determinadas normas, exigencias o marco legal, si le sale algún peso menos. Ese es precisamente el costo adicional de cumplir con los compromisos medioambientales, legales, de regulación y de calidad, como debe ser.
Referirse a las “acciones sustentables” no es únicamente el cuidado del medio ambiente, sino que incluye un análisis de las necesidades de las comunidades en la que las empresas operan, para enfocar sus acciones hacia allí.
Precisamente, “uno de los temas que más preocupa es el ambiente laboral. El aspecto social del desarrollo sostenible no es solo la comunidad, sino las personas con las que se trabaja”, dijo Shaw.
Un factor que acompaña los elementos expuestos de sustentabilidad y de operar en forma amigable con el medio ambiente, que son valores indispensables a esta altura del tercer milenio, es actuar con el concepto de Responsabilidad Social Empresaria (RSE), que tiene que ver con el planeta, la comunidad y la ganancia de la empresa a partir de las acciones que realiza.
Es decir, que además de la rentabilidad, que es el leitmotiv de un emprendimiento --y la única forma de poder sostenerlo en el ámbito privado-- la interacción con la comunidad, que le da sostén, desarrollar una actividad sin agredir el ecosistema, evitar la polución y la extracción irresponsable de recursos, más allá de generar riqueza y fuentes de trabajo, es parte indisoluble de las responsabilidades que todos debemos asumir.
Debe hacerse desde el microempresario más encumbrado hasta el más modesto, porque es la forma en que tendremos un mundo más seguro, más equilibrado, con menos asimetrías y desarrollo sustentable, como forma de compatibilizar el progreso social con el progreso económico.
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