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Paysandú, Jueves 26 de Enero de 2017

Marchas con el estilo de Trump, pero en su contra

Opinion | 23 Ene La Marcha de las Mujeres se realizó en al menos 670 ciudades de Estados Unidos y en otras 70 del resto del planeta, para enviar un mensaje de resistencia contra Donal Trump, quien cumple su tercer día de mandato.
La concentración efectuada en Washington superó todas las expectativas con más de medio millón de asistentes, y tuvo una masividad como pocas de las que se han organizado en la capital estadounidense.
Al día siguiente, y con las crónicas en sus manos, Trump simplemente utilizó su Twitter para contestar: “Vi las protestas de ayer, pero bajo la impresión de que acabamos de tener una elección. ¿Por qué esas personas no votaron?”
Seguidamente se despachó contra las cantantes Madonna y Alicia Keys, las actrices Scarlett Johanson, Ashley Judd y América Ferrera, y el cineasta Michael Moore, a quienes acusó de dañar “gravemente la causa”, si bien reconoció que “las protestas pacíficas son un sello distintivo” de la democracia en su país.
Sin embargo, tiene un problema con el nivel de participación en las elecciones y al día de hoy, es uno de los países de la OCDE con la afluencia de votantes más baja. Un comportamiento que no es nuevo: en la primera elección de Barack Obama votó el 57% del electorado y en la segunda, bajó al 54,9%. Los memoriosos dicen que hay que remontarse a 1968 para alcanzar votaciones por encima del 60%.
En Estados Unidos, los ciudadanos votan congresistas cada dos años, alcaldes o gobernadores, el sheriff, directores de la educación pública en algunas ciudades, jueces y fiscales. Es decir que no faltan propuestas para manifestarse y en estos últimos casos, los datos de concurrencia son aún más bajos.
Las elecciones de noviembre pasado no fueron la excepción y nuevamente se observó una nación dividida que enfrentaba a una de las elecciones más atípicas de su historia, con una mujer y un magnate mediático que se enfrentaron en una contienda.
La demócrata Hillary Clinton representaba al sistema, tenía todo el apoyo del establishment, los medios de comunicación más importantes y el presidente de entonces, quien realizó una campaña muy activa a su favor. Trump llegaba a esa instancia sin apoyos relevantes, porque ni siquiera contaba con la plenitud de su propio partido, tras sus discursos de altos perfiles y escaso manejo técnico ni corrección política.
En medio de ellos, se encontraban más de 200 millones de norteamericanos que habían atravesado por una suerte dispar en sus vidas. Siempre ha sido un país con amplias desigualdades, pero las brechas se ensancharon en los últimos años, a raíz de la crisis económica de 2008 con consecuencia de sueldos estancados y pérdida de empleos.
Por eso ambos se transformaron en los candidatos más impopulares de las últimas elecciones, y si bien aumentó la presencia del voto latino en favor de Clinton --quien a su vez superó a Trump por tres millones de sufragios-- nada de esto alcanzó ante un sistema perverso que pondera la voluntad ciudadana de una manera diferente. Pero no es menos cierto que existen al menos dos tipos de votos hispanos bien diferenciados: uno es el mexicano y el otro es el cubano, y nada tiene relación entre ellos. Y después están todos los demás: caribeños, centroamericanos, sudamericanos, etcétera.
Sí es cierto que existen dificultades para ejercer el voto ciudadano en un país que no tiene documento nacional de identidad: por una ley que data de 1845, en Estados Unidos se vota un martes, lo que genera dificultades laborales, de rutina y traslados. Los trabajadores dependientes tienen derecho a dos horas de ausencia para votar, pero en muchos estados se soluciona con el voto por correo o en días previos. Asimismo, los ciudadanos deberán registrarse a tiempo (una semana antes) en circunscripciones electorales que tienen sus normas particulares, contar con su carné de conducir en regla y optar entre cientos de diseños de papeletas diferentes. Como sea, se ha buscado la manera de aumentar el nivel de participación ciudadana y eso tampoco se ha logrado.
Y si parecía una broma la posibilidad que Trump accediera a la Casa Blanca, finalmente se hizo realidad y se impuso por 290 votos electores, frente a 232 de Clinton. Es decir, los estadounidenses asisten desde siempre a la realidad que implica la sustitución de un demócrata por un republicano, y viceversa. Sin embargo, no era previsible el triunfo de Trump y eso significó una lección basada en la plena existencia del voto castigo o voto venganza, de resistencia para quienes decían que estaban equivocados o eran una minoría y de las posibilidades latentes que aún tiene David para imponerse a Goliat.
Ese voto significó un corte de mangas a la comunicación política, a los políticos, al fracaso de los bajos perfiles y su forma tilinga de decir lo que sienten por miedo a quedar en evidencia; y sobre todo, a lo “políticamente correcto”. Por eso arrasó en Facebook, de manera directa, sin intermediaciones y a cara descubierta. Ejerció el poder: algo que perdió Hillary Clinton durante su campaña, a pesar de ser mujer y contar con los tiempos modernos para sustentar su discurso en esos aspectos o en otros. Ella resultó incapaz de demostrar su preparación y transformarla en movilización, y su pasión en energía que ganara el corazón del electorado apático, porque creyó --siempre-- que era el mal menor y eso, precisamente eso, no sirve para convencer.
Mientras tanto, Trump demostraba su ira --casi continuamente-- y su estado de ánimo se parecía cada vez más al norteamericano de clase media trabajadora, a pesar de no estar ni cerca de su sentir, pero eso era lo que transmitía en las pantallas y resultó aún más poderoso que cualquier argumento.
Es así que este estado de ánimo tan iracundo, tan “trumpesco” por su similitud con el que infundía el excandidato republicano durante su campaña electoral, ya no sirve para conformar una fuerza transformadora. Los cambios, como en cualquier democracia, se ejercen desde las urnas y si esa no es la costumbre, entonces, deberán comenzar a cambiar sus propias realidades para que las marchas no se transformen en un simple estilo de vida o forma de protesta que rellenan titulares.


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