Paysandú, Miércoles 01 de Febrero de 2017

OPINIÓN

SOLICITADA

Locales | 29 Ene LAS COSAS POR SU NOMBRE
Llama mucho la atención la manera deformada de entender un suceso. Todos tenemos derecho de interpretar la realidad como mejor se nos cante, pero el pan es pan y el vino, vino.
Con respecto a lo sucedido en el río Santa Lucía este pasado 26 de enero, es increíble que pueda hablarse de “accidente”. Por si alguien no entiende, permítame explicarlo como se lo haría a mi nieto de tres años: “accidente” es que uno esté en la playa mirando el atardecer y, de pronto, le parta la cabeza un rayo (que vino de espaldas y sin avisar y sin previsión meteorológica); “accidente” es que vayamos caminando por la calle y que a una paloma se le ocurra hacer sus necesidades justo encima de nosotros y en ese instante. Dos ejemplos simples de lo que sería un accidente, ¿se entendió?
Ahora bien, si una moto de agua choca con un bote de remo, no es accidente. Ni en el Santa Lucía ni en los mares de China. Eso se llama “homicidio culposo” (homicidio culposo o involuntario es un delito que consiste en causar la muerte a una persona física por una acción negligente). Por si no se entiende en la definición, paso a explicarlo --como a mi nieto también--.
El conductor de la moto de agua no es un homicida. Es cierto. No se levantó un día y dijo: “esta tardecita voy a matar a un remero”. Pero --falto de responsabilidad-- hizo algo que no debió hacer: circuló a alta velocidad en una zona del río donde no debió.
Fácil como la tabla del 1: esa parte del río no era donde habitualmente practican las motos... ¡Era al revés!: las motos estaban practicando en la cancha de remo o, peligrosamente, muy cerquita de ella. Eso se llama “imprudencia'”.
Repito tal cual una parte de la nota que leí en diario El País y destaco: “Les hice seña, eran tres motos de agua, les dije que ahí no se podía andar porque los gurises estaban practicando, pero no me dieron corte y siguieron en la de ellos; iban y venían a toda velocidad, jugando carreras”. Eso se llama “negligencia”. O, dicho en idioma uruguayo básico: se pasaron por las pelotas una advertencia, que procuraba evitar un mal. Eso se llama “desidia”.
Con respecto a que entre la Prefectura y la Policía se pasan la pelota para explicar de quién es la responsabilidad de contralor, ¡dejemos de pegarle a la herradura! Pues ese es un detalle menor, es parte de nuestras “más ricas” tradiciones y eternos dilemas --hasta pintoresco diría-- y ni siquiera viene al caso, ya que si el motonauta hubiera hecho lo que tenía que hacer, ¿qué importa si nadie controla un pito? ¡Es mayor de edad y tiene dos dedos de frente! Pues entonces, ¡que se controle solo!
No es tan difícil: donde se puede navegar, se puede y donde no se puede, no se puede, metro más metro menos. El río es grande y hay lugar para todos: para los peces, para la contaminación, para los remeros, para las motos, para bañarse y para el Zitarrosa, sin necesidad de andar amontonados.
Señores: basta. El huevo no tiene pelos. Si sumamos los tres factores: imprudencia + negligencia + desidia, el resultado de la operación no es un bote menos, es una vida menos. El bote se repone. La injusta pérdida de un joven, el destrozo de una familia y la indignación de todos los demás no se soluciona con una excusa tan infantil e inconsistente como “no lo vi”.
Errores en la vida, todos cometemos. Algunos salen baratos, otros caros y otros muy caros. Estos últimos se suelen pagar incluso con mucha terapia y arrepentimiento eterno. Pero se pagan. Hay macanas en la vida que no son gratis. Que este caso --que ya no tiene vuelta-- nos sirva de lección.
¡Ah! Y hablando de errores, lo único que faltaba era que el juez procesara sin prisión al sol, por el delito de andar encandilando a la gente. Por suerte se salvó.
Andrés G. Oberti Rual


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