Paysandú, Martes 07 de Febrero de 2017
Opinion | 04 Feb Algunos analistas suponían que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump --asumió el viernes 20 de enero--, dejaría de lado sus impulsos y trabajaría con un equipo de gobierno capaz de curar las heridas que surgieron durante las primarias en el Partido Republicano. Cabía calcular que Trump bajaría el tono de su dialéctica contra los inmigrantes o que buscaría otras formas para su relación con México, en especial con la idea de alargar el muro que se extiende entre las fronteras. También que buscaría tender puentes con la oposición demócrata, que bajaría un cambio en su oposición con China y que suavizaría el objetivo en incrementar el proteccionismo.
Pero nada de eso ha sucedido en estas primeras semanas de gobierno. Si ese discurso directo, llano, provocador, tan lejos de los parámetros políticamente correcto le había surtido efecto para atraer al electorado medio de Estados Unidos durante la campaña electoral, ¿por qué habría de cambiarlo ahora, ya sentado en el salón oval de la Casa Blanca? Y a ese ritmo se ha abocado. A un modelo cortado a puro impulso, por momentos excéntrico. Un sistema que a cada paso genera desasosiego entre propios y extraños, y todos se preguntan hasta dónde llegará.
Trump arrancó como una tromba. El mismo día de su investidura firmó un decreto contra el “Obamacare”, la reforma de salud del anterior presidente, Barack Obama, y por cual éste había bregado tanto desde antes de ser mandatario estadounidense. Además, ejecutó la salida del tratado comercial conocido como TPP, Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el cual considera que quitará trabajo y oportunidades a sus ciudadanos; el tratado, sin Estados Unidos, perdería mucha razón de ser.
Al mismo tiempo, anunció que renegociará el TLC con América del Norte; prohibió la financiación con fondos federales de las organizaciones no gubernamentales que apoyan el aborto --esto, sin embargo, ha tenido una gran acogida en buena parte del pueblo estadounidense--; congeló las contrataciones de funcionarios federales sin incluir al personal militar; prohibió a varios departamentos comunicarse con la prensa --a la que le ha profesado expreso odio--; revivió el proyecto del oleoducto con Canadá --idea que pone de punta a organizaciones ambientales--; y habilitó la ampliación del muro --que ya había iniciado el demócrata Bill Clinton-- en la frontera con México.
Durante la campaña electoral, Trump dijo que México les enviaba a sus peores ciudadanos, los violadores, los asesinos, los que le quitan el trabajo a los estadounidenses. La relación con el gobierno mexicano ya se encuentra en el sótano.
La cuestión migratoria, con el alegato de la amenaza terrorista, es algo que escuece la mente de Trump y ya dispuso que habitantes de siete países musulmanes tienen prohibida la entrada a Estados Unidos. Ellos son Siria, Irak, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen.
Son todas naciones predominantemente musulmanas y desde el viernes por la tarde, cuando Trump firmó la orden ejecutiva, sus ciudadanos tienen vedado el ingreso a Estados Unidos por 90 días. El documento presidencial aduce razones de seguridad, afirmando que “numerosos individuos nacidos en el extranjero han sido condenados o implicados en delitos relacionados con el terrorismo desde el 11 de setiembre de 2001”. Pero de esa lista, no hay un historial de alguien de esos países llevando a cabo un ataque en Estados Unidos.
Este asunto ha puesto a prueba el carácter autoritario de Trump. Parece mentira que esto sucede en un país como Estados Unidos, tan amante y defensor de la libertad. El presidente despidió a la fiscal general en funciones, Sally Yates, después de que cuestionara la legalidad de esa prohibición de inmigración impuesta por la nueva administración.
Esta semana se sumaron más situaciones que hablan de un hombre que no tiene tiempo para el disenso. O, mejor dicho, para el intercambio de ideas. La charla con el presidente mexicano Enrique Peña Nieto el pasado viernes no fue la única conflictiva que mantuvo Trump. Según medios estadounidenses, el presidente republicano puso fin de forma abrupta a la llamada que mantuvo el pasado sábado con Malcolm Turnbull, el primer ministro de Australia, un aliado tradicional de Estados Unidos. Al parecer, chocaron en relación al asunto migratorio.
A su vez, estos días salió con los tapones de punta contra Irán, enemigo de Washington pero que con Obama las cosas se habían suavizado y bajado las tensiones entre las partes. Trump, por supuesto, se acordó de su predecesor en este tema. “Irán está jugando con fuego. No entiende lo 'amable' que fue con ellos el presidente Obama. ¡Yo no!”, sentenció Trump, envalentonado por la prueba de un misil por parte de Teherán.
“La política entendida como diálogo o cooperación al servicio de fines comunes entre los ciudadanos de un mismo país choca radicalmente con esta forma de concebir el mundo. Por el contrario, la política se convierte en una partida de póquer en la que el ganador se lo lleva todo o, al menos, a eso aspira. Y cuando existe el diálogo, se basa exclusivamente en algo tan poco sólido como los intereses respectivos que, por naturaleza, pueden ser cambiantes. En esa clase de diálogo nunca está ausente la desconfianza. Ni qué decir tiene que el modelo Trump es el del self made man, que no debe nada a nadie”, comentó Antonio Rubio, analista político y profesor de política comparada.
Trump está convencido de que no necesita a nadie para llevar adelante sus objetivos, que nada lo detendrá, y que está en el mundo para arreglar las cosas, como el mismo ha dicho; pero claro, para sus intereses o el de su país. Y no importa las formas. Nada. Apenas va medio mes de gobierno.
El mundo contiene la respiración.
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