Locales | 02 Feb Fue miércoles. Aquel atardecer del primer día de febrero del último año de los ochenta, su vida se apagó, pero no su voz, ni su talento ni sus canciones.
Ayer también fue miércoles. También el primer día de febrero. Veintiocho años después, Eduardo Franco tiene un busto que lo recuerda. Su voz y sus canciones siguen escuchándose aquí tanto como allá. Su talento sigue indiscutido. Autor principal y voz líder de Los Iracundos, esos que hoy, de la mano de Bebe Velázquez, el baterista original, emprendieron viaje a Estados Unidos para otra gira. Mientras sus canciones se seguirán cantando en escenarios norteamericanos, aquí en el sur, en su ciudad, casi un centenar de personas se reunieron en derredor de su figura en bronce, donde avenida España comienza su descenso hacia 18 de Julio.
Para recordarlo en el día de su muerte, rememorando su vida, la de un artista singular, que junto a los demás integrantes del grupo hizo historia en la música romántica de América Latina.
De varias partes de Uruguay, de Argentina, Chile y Perú. Algunos vienen cada 1º de febrero, otros de tanto en tanto. Unos traen banderas de sus países, algunos carátulas originales de los discos de Los Iracundos para tomarse fotos frente al busto.
Juntos para recordar a Eduardo Franco en un momento muy especial. Porque fue aquel sábado, hace veinte años, en 1997, cuando gracias al ímpetu de Daniel Escandeur y muchos otros se reunió el dinero para financiar el busto. La intendencia de Jorge Larrañaga lo colocó en el lugar donde hoy sigue emplazado.
Veinte años después, nada ha cambiado. El amor por el cantante icónico de la ciudad, por el grupo de mayor reconocimiento mundial de esta comunidad, siguen tan vivos como presentes. Y se reafirma cada 1º de febrero.
Cuando sus canciones vuelven a escucharse, las anécdotas a contarse y algunas lágrimas emocionadas ruedan acariciando los rostros, humedeciendo un sentimiento que no sabe de claudicaciones: Iracundos Son.