Paysandú, Lunes 20 de Febrero de 2017
Opinion | 15 Feb En Uruguay no hay únicamente refugiados sirios, a pesar de la visibilidad que adquirió el grupo de exreclusos de Guantánamo y las familias que residen en el interior del país, desde el gobierno del expresidente José Mujica. Hay más de 300 refugiados angoleños, turcos, venezolanos, colombianos, cubanos, salvadoreños, sirios, entre otras nacionalidades, que pasan desapercibidos luego de escapar de la persecución o amenazas de muerte en sus países de origen.
En los últimos años, la movilización de personas que buscan refugio en otras naciones aumentó en forma considerable. Según el informe anual del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), cada día, unas 42.500 personas huyen de sus hogares porque sus vidas corren peligro y en 2014 se contabilizó la cifra de desplazados más alta desde la Segunda Guerra Mundial, con más de 60 millones de individuos.
En 2015, casi 200.000 inmigrantes llegaron a Europa, luego de cruzar el mar Mediterráneo en embarcaciones vulnerables, con peligrosas travesías ilegales o a manos de traficantes, utilizando las mismas rutas que los inmigrantes económicos. Sin embargo, murieron más de 3.500 y los naufragios se transformaron en noticias cotidianas. La mayor cantidad de desplazados proviene de República Centroafricana, Sudán del Sur, Somalia, República Democrática del Congo o Nigeria; además del sudeste asiático, donde la etnia rohingya, que padece una discriminación sistemática de las autoridades birmanas, prefiere lanzarse al mar en busca de un refugio seguro. Y de la guerra en Siria: más de 7,6 millones de personas dejaron sus casas y otros 4 millones, simplemente huyeron, bajo el avance del Estado Islámico y el terrorismo radical.
Esta problemática de largo alcance social, político y económico se debate en la agenda de la Unión Europea, que sigue dividida con polémicas decisiones, como la recolocación permanente o el cierre de sus fronteras, tal como ocurre con algunos países en Europa del Este.
Pero los datos se han enfocado en otras realidades: de los más de 60 millones de desplazados a nivel global, unas 800.000 solicitudes están pendientes del trámite en la Unión Europea, es decir que a pesar de las llegadas masivas, solo una mínima parte permanece en su territorio.
Un 6% de cuatro millones de refugiados sirios se estableció en Europa porque la mayoría se dirigió a Turquía, el Líbano y Jordania, según Amnistía Internacional. Asimismo, esta organización demuestra la respuesta que dio el bloque europeo al fenómeno de los refugiados: 272 fueron reubicados, de un total de 160.000 a quienes se había prometido su instalación en aquel territorio, de acuerdo a un informe de la Comisión Europea fechado el 6 de enero.
Tras el colapso constatado en Italia y Grecia, se aprobó un mecanismo de recolocación de 160.000 refugiados en dos años, bajo un sistema permanente pero no exento de polémicas. De hecho algunos referentes europeos calculan que a ese ritmo, se tardarán 75 años en realojar a estas familias, ante la lentitud de un proceso no asumido, pero ya implantado. Paralelamente, los eurodiputados tratan de evitar un choque cultural e idiomático, por tanto proponen que los desplazados se dirijan a Albania, Bosnia Herzegovina, Macedonia, Kosovo, Montenegro, Serbia y Turquía. Como sea, el control fronterizo se encuentra en permanente debate, ante una propuesta para la creación de una Guardia Europea de Fronteras y Costas, que se impondría a los países del bloque, aunque haya desacuerdos.
Y por fuera de Europa, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dispuso una medida que prohíbe el ingreso de viajeros procedentes de países de mayoría musulmana durante 90 días, en el marco de una resolución que afectó a turistas impedidos de egresar de los aeropuertos o subir a los vuelos. La medida de Trump suspendió el programa de acogida de refugiados por 120 días, mientras resuelven el futuro sistema de verificación de visas, al tiempo que en la resolución presidencial incluyen a las personas que cuentan con la residencia permanente o “green card”.
La medida cumple con una de las promesas electorales del excandidato republicano para contener la inmigración procedente de países musulmanes, que según Trump, representan una amenaza terrorista para Estados Unidos. En medio de las protestas que se organizaron en las principales urbes estadounidenses, la ONU exhortó a Trump a que continúe con la larga tradición de acogida de refugiados, sin distinción de nacionalidad o religión.
Y por nuestra parte, en Uruguay no existe un protocolo al respecto, sin embargo, se recibieron familias de refugiados sirios e incluso a expresos de Guantánamo, en el marco de un plan entre los gobiernos de José Mujica y Barack Obama, bajo el influyente protagonismo de la exembajadora Julissa Reynoso.
Con el cambio de gobierno y, a pesar de pertenecer a la misma fuerza política, Tabaré Vázquez encaró su visión hacia un lado bastante más protocolar y no apeló ni a la sensiblería ni al pasado de país receptor de inmigrantes que se remangaban para trabajar, mientras que con su sudor construían a las nuevas sociedades.
Simplemente decidió que –en primer lugar-- definiriá ese protocolo y “ventanilla única”, que pasará a ser la Comisión de Refugiados, bajo la égida de la Cancillería.
A pesar de la falta de planificación y sin tener en cuenta la falta de traductores, el choque cultural, su profundo arraigo religioso, durante el anterior gobierno igual se trajo a 45 personas reunidas en cinco familias, en octubre de 2014.
Su inserción ha sido muy dificultosa si se toma en cuenta que el programa se desplegó cuando la economía uruguaya se encontraba en un período de retracción regional. Es decir que se adoptó aquella decisión sin importar el contexto que --si pesaba en los uruguayos-- con más razón presionaría a los refugiados que llegaban con otras expectativas.
Ahora las familias ven con preocupación el inminente fin de la ayuda estatal, tras dos años de residencia en el país, si bien reciben la solidaridad de sus vecinos. Pero eso no alcanza, así como tampoco basta pensar en la mezquindad y desidia de quienes llevaron adelante este plan –casi macabro-- solo para asegurarse algunos laureles, que ciertamente no llegaron, y que la comunidad internacional hablara de ellos.
Aunque no vino el Nobel para Mujica, Reynoso se retiró con bombos y platillos de Uruguay al ritmo del candombe, Luis Almagro llegó hasta la OEA y Javier Miranda --que encabezó la delegación uruguaya como secretario de DDHH--, logró la presidencia del Frente Amplio.
Y los sirios: bien, gracias. Tratando de insertarse en la realidad uruguaya que implica sueldos de $20.000 o $30.000 para vivir con sus multitudinarias familias durante 30 días, mientras averiguan cómo harán para pagar un alquiler.
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