Paysandú, Jueves 23 de Febrero de 2017
Opinion | 21 Feb El reciente fallecimiento del exministro de Economía y Finanzas, Alejandro Atchugarry, y el del expresidente Jorge Batlle, hace pocos meses, --dos personalidades de gran proyección en la historia reciente del escenario político nacional-- remiten a la reflexión de la crisis económica y social más grande de Uruguay en casi un siglo.
Y si aludimos a las crisis en Uruguay, tenemos que tener en cuenta que una crisis en América Latina no es lo mismo que en Europa u otras regiones del mundo desarrollado, donde muchas veces los problemas de una recesión implican no poder cambiar de auto, trasladar gastos para el año siguiente o acogerse a coberturas de desempleo que igualmente permiten un pasar decoroso, sino que tienen que ver directamente con la calidad de vida de la población y, en algunos casos, con la viabilidad del país en el corto plazo, sin exagerar.
En este caso, es muy conveniente el dicho “le tocó bailar con la más fea” al exministro de Economía y Finanzas de Jorge Batlle, con un país azotado por la inestabilidad de la región, sobre todo de los dos grandes vecinos Argentina y Brasil.
En plena crisis, cuando se desató la corrida bancaria, como arrastre de la gran implosión económico-financiera en Argentina, Atchugarry dijo que sí al poco atractivo ofrecimiento del expresidente Batlle y asumió el desafío más importante que cualquier ministro de Economía uruguayo tuvo desde la crisis del 29.
Atchugarry lo tenía muy claro: subrayó que desde la época romana, toda crisis es una puñalada a la confianza. "Es siempre lo primero que se rompe a niveles imaginables y es lo más difícil de recuperar. Para peor, nadie sabe exactamente cómo se forma", reflexionó en su momento a El Observador. El exministro tenía claro que antes que cualquier cosa, los uruguayos debían hacer un acto de fe en el sistema. Y ese objetivo solo se alcanzaría si la gente podía confiar. Ningún ahorrista debería enfrentar barreras ni demoras para ver o retirar su dinero.
Según indican los analistas de la historia reciente, hay coincidencias en el sentido de que Atchugarry quería una logística ágil y un día antes que el mecanismo se pusiera en marcha fue hasta el Banco Central del Uruguay (BCU) junto al entonces asesor de Presidencia, Eduardo Zaidensztat, para ultimar detalles.
Los ahorristas querían saber si su dinero estaba y ante la sombra del impago, se logró el apoyo directo del expresidente norteamericano George Bush, que en cuestión de horas puso un avión en Carrasco con 1.500 millones de dólares para respaldar el sistema bancario. Eso le dio al ahorrista la confianza necesaria para mantenerse en el sistema, en el peor momento.
No hace falta hilar muy fino para inferir que siempre está de por medio la necesidad de transmitir señales contundentes desde el sistema político. A partir del manejo de Atchugarry, la conducción de Batlle y sus colaboradores, se adoptó un esquema de austeridad desde el Estado, lo que no fue nada fácil porque se ingresaba en el período preelectoral. El gran mérito de Jorge Batlle, de Atchugarry, entre otros valores que se pusieron de manifiesto durante la crisis, fue el sacrificar aspiraciones electorales en aras de los intereses del país para lograr el equilibrio fiscal.
Bueno, de aquel derrumbe, con el equilibrio fiscal, y a un costo electoral altísimo para el entonces partido de gobierno, se sentaron las bases de la recuperación económica justo cuando a la vez se ingresó en un escenario internacional muy favorable para nuestras materias primas y llegó al poder el actual presidente Tabaré Vázquez, en su primer período.
"Siempre digo que la talla de una sociedad no la dan sus ejércitos ni sus recursos materiales, sino (los ciudadanos en) cómo tratan a los más débiles: los abuelos y los nietos. En medio de la crisis duplicamos las asignaciones familiares y nunca se pagaron tarde las jubilaciones", recordó con orgullo años después Atchugarry. Y eso se logró con el Producto Bruto Interno cuatro veces menor que el actual y en medio de una corrida bancaria que diezmó las arcas del Estado. Aún así, el déficit fiscal de 2002 no superó el 3,6% del Producto Bruto Interno; bastante menos que el 4% de déficit fiscal actual, sobre un Producto Bruto Interno cuatro veces mayor.
Además, logró el respaldo tanto de su partido como de buena parte de la oposición, incluso de algunos sectores del Frente Amplio, y de los principales agentes económicos del país, a diferencia de lo que sucedía en Argentina, donde los presidentes duraban días y salían en helicópteros por el techo de la Casa Rosada, en medio de un caos cuyas consecuencias todavía perduran.
Lo que no es poca cosa en su propio homenaje, en esta infausta circunstancia, pero también en una lección sobre cómo deben actuar en esos momentos nuestros gobernantes, porque la confianza es un camino de ida y vuelta, y cuando los hombres fallan, son las instituciones las que quedan cuestionadas, en un camino muy peligroso que puede ser aprovechado --como ocurre a menudo-- por inescrupulosos delirantes en ancas de su archiconocido mensaje mesiánico-populista.
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