Paysandú, Domingo 26 de Febrero de 2017
Deportes | 20 Feb Rio 2016 fue el primer Juego Olímpico en la historia en desarrollarse en Sudamérica. Todo un acontecimiento.
Pero la apuesta de Brasil fue un arma de doble filo, al punto que mientras la millonaria inversión permitía la construcción de las instalaciones donde se desarrollarían las actividades y se levantaba la Villa Olímpica, los brasileños salían a la calle para manifestar en contra de la postura tomada por la por entonces presidente Dilma Rousseff.
Para colmo de males, comenzaron a salir a la luz los casos de corrupción que envolvían a la organización de los Juegos, con sobreprecios siderales que terminaron por superar sensiblemente el presupuesto planteado en primera instancia.
Y la gente estalló: a horas del inicio de los Juegos, siguió en las calles para reclamar por qué se gastó en la costrucción de instalaciones que no serían utilizadas tras la cita olímpica, cuando el dinero podría haberse invertido en combatir la pobreza, ahora ya sin Dilma en el poder.
Los organizadores de Rio 2016 sacaron pecho y prometieron que no habría “elefantes blancos” tras las finalización de la cita, algo que lamentablemente sucede prácticamente en cada sede, ya sea de Mundiales de fútbol o Juegos Olímpicos: las instalaciones, que demandaron millonarias inversiones, no son utilizadas y terminan en la ruina.
La promesa de los brasileños está todavía en una nebulosa y, por lo pronto, a seis meses de los Juegos de Rio 2016 el futuro de las instalaciones es incierto al punto que, el mejor legado de los Juegos, fue la mejora en el sistema de transporte de entrecasa.
El césped marchito en el estadio Maracaná o los apartamentos sin vender en la treintena de torres de la Ciudad de los Atletas, proyectada para convertirse en un barrio lujoso, dejan en claro que el compromiso de los organizadores de los Juegos sigue sin cumplirse.
Mientras espera por el trabajo de desmontar las estructuras temporales, el Parque Olímpico prácticamente no tiene actividad desde que la cita olímpica se despidió de Rio.
El 21 de enero el Parque Olímpico abrió sus puertas al público que queda sorprendido por el paisaje.
Donde se vibró con las competencias de natación, gimnasia o básquetbol, hay materiales de construcción abandonados, asientos apilados y alcantarillas a medio cerrar. La piscina de precalentamiento donde hace seis meses Michael Phelps se preparaba para escribir nuevas hazañas, es hoy un criadero de mosquitos.
El 20 de agosto, en la víspera de la ceremonia de clausura, el entonces alcalde de Rio de Janeiro, Eduardo Paes, prometió que no habría “elefantes blancos”.
Intentando cumplir la promesa abrió una licitación para que el Parque fuera administrado por una sociedad privada, pero ningún candidato confiable se presentó y la alcaldía decidió en diciembre otorgar su gestión al ministerio de Deportes.
Pero las nuevas autoridades, que asumieron en enero, piden a gritos tiempo para negociar todos los contratos.
La Arena del Futuro, construida con prefabricados, debería transformarse en cuatro escuelas para los barrios pobres de Rio, pero la alcaldía afirma que el presupuesto se está revisando, así como los lugares y los plazos de construcción.
Según el Comité Olímpico Brasileño (COB), todas las instalaciones permanentes tienen potencial para transformarse en centros de excelencia para la práctica deportiva de alto nivel, pero la cruel realidad es que no existe ningún proyecto serio al respecto.
El parque de canotaje slalom se había convertido en una piscina gigante para deleite de los niños del suburbano barrio Deodoro, pero está cerrado desde finales del año pasado.
Para colmo, Brasil atraviesa por una crisis económica que no permite vislumbrar con claridad si se podrán mantener las millonarias instalaciones.
Tras la finalización de los Juegos, comenzaron a salir a la luz algunos aspectos que solo llaman a la duda. Por ejemplo, la mayor promesa de Rio 2016, de descontaminar la Bahía de Guanabara, sigue esperando. Y esperará, porque se reconoció luego que descontaminar esas aguas podría llevar más de 25 años, siempre y cuando se contara con apoyo privado.
Así, la reestructura del sistema de transporte urbano y el desarrollo y modernización de la zona portuaria, podrían ser el mayor legado de los Juegos.
Pero es muy poco para la inversión realizada, que tiene varios ceros y que, por el momento, solo ha contribuido a tener una reserva de “elefantes blancos”.
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