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Paysandú, Lunes 27 de Febrero de 2017

Sin estereotipos ni moralejas

Opinion | 22 Feb El año pasado se contabilizó una mujer muerta a causa de la violencia machista cada 15 días, al tiempo que en lo que va de 2017 se registraron siete casos y un intento, por lo tanto la frecuencia aumentó a un caso por semana. En las últimas horas, las senadoras del Frente Amplio presentaron en su bancada, un proyecto de ley para que el feminicidio se tipifique como un delito muy especialmente agravado, con penas que irían de 15 a 30 años. Esta ley reposaba tranquila, desde que en diciembre de 2015 el presidente Tabaré Vázquez, solicitó un aumento de las penas en los casos de asesinatos de mujeres.
En la Comisión de Población y Desarrollo, además, se encuentra una iniciativa presentada en abril de 2016 para “garantizar a las mujeres una vida libre de violencia basada en género”, o ley integral de violencia que también se encontraba lejos de su aprobación. En realidad, algunos puntos están a estudio ante posibles inconstitucionalidades, por tanto, la premura se enfoca a la tipificación exclusiva del homicidio de mujeres.
La propuesta parlamentaria que extiende las penas, se elaboró ante la necesidad de “respuestas” que debe ofrecer el sistema político, y si se aprueba en la sesión del 7 de marzo, se discutiría en el plenario de la cámara alta. De acuerdo con las consultas efectuadas por el oficialismo, no hay inconvenientes de una rápida aprobación desde la oposición, ante la urgencia de crear la figura del feminicidio como tal.
Esta expresión creada por la traducción de la palabra inglesa femicide, refiere al asesinato de mujeres por razones de género y se utilizó por primera vez frente al Tribunal Internacional sobre los Crímenes contra la Mujer en Bruselas, en 1976, y a partir de allí se ha redefinido el concepto de acuerdo con las realidades históricas, pero sustancialmente no ha cambiado el sentido de su enfoque. Es, en todo caso, una mirada más amplia de la violencia contra la mujer y toma una diversidad de formas, además de la violencia física.
La senadora socialista, Mónica Xavier, escribió una columna en Montevideo Portal titulada “La matan por ser mujer”, y en realidad estas muertes ocurren bajo una extrema cobardía de alguien que –seguramente-- no arremetería contra otra persona con mayor fuerza y actitud. La crueldad extrema constatada en algunos casos, como el asesinato de Manuela Stábile, confirma los cambios bruscos que ha tenido nuestra sociedad y un acostumbramiento a la muerte que lleva a los victimarios a adecuarse a las circunstancias, con tiempo para elaborar un guión casi cinematográfico.
En este caso, tanto el novio de la joven como su cuñado pasaron un mes planificando la muerte de Manuela, madre de un bebé de 9 meses, molestos porque pensaba desalojarlos con intenciones de finalizar la relación de pareja. Para consumar el hecho, permutaron dos motos y un cuatriciclo por un revólver calibre .38, la subieron a una camioneta con rumbo a un descampado, allí le dieron un balazo y posteriormente la remataron con un disparo en la nuca. Seguidamente, su pareja denunció la desaparición y se mostró preocupado por su ausencia, ante los efectivos de la misma seccional donde la joven había radicado con anterioridad una serie de denuncias por violencia doméstica contra este hombre. Son hechos poco comunes, o no, en una sociedad que se acostumbró a la muerte bajo estas características, a pesar de las insistentes comparaciones con otras naciones y el contexto regional. Sin embargo, el escaso manejo de las frustraciones y el descontrol de las emociones, no solo decanta en las mujeres muertas, sino en la violencia verbal y agresiones varias que se perpetúan a diario, con gran destaque en las redes sociales, donde impera la intolerancia y la hipocresía.
En medio de estas cuestiones aparecen las campañas enfocadas a los derechos de las mujeres y su rol en la sociedad, junto a la difusión de las estadísticas de las mujeres asesinadas. En tal caso, se genera una confusión comunicacional que no aporta al debate ni resulta consistente, ante la presentación de argumentaciones que apuntan específicamente a una mirada políticamente correcta y obvia, porque todos estamos en contra de discriminación y la violencia.
No obstante, ante la gravedad del tema, aparecen como “posibles soluciones” un incremento de las penas con nuevas leyes, cuando el problema está instalado en el cerno de los individuos. Es como intentar regular el desfasaje emocional que subsiste en las relaciones humanas desde los confines de la historia, con sus consecuencias psicológicas prolongadas a lo largo de la vida de sus protagonistas, en un compendio escrito por personas que –probablemente-- también ejerzan violencia.
Por eso las frustraciones se canalizan a través de la falta de respeto y se agrava con otras acciones que desnudan la escasa educación que se demuestra en los hogares, si se toma en cuenta que este fenómeno atraviesa a la totalidad de las clases sociales. Se condimenta, además, con el rol asignado por los referentes familiares desde pequeños e identificados por los colores rosado y celeste, las pelotas o las muñecas e incluso el papel de regalo para “¿nena o varón?”
Entonces, esa misma sociedad que hoy asiste con incredulidad a las noticias que informan sobre la alta cifra de mujeres muertas o de hechos de violencia doméstica, no repara en otros aspectos integrales que llevaron a esas acciones basadas en estereotipos e imágenes falsas, donde la mujer ha sido la encargada de transmitir las formas culturales. Es esta misma sociedad que instala a los niños frente a una computadora, tablet, teléfono celular o televisión, como si fuese una sustituta que mantiene su efecto hipnótico y permite que los adultos continúen con sus rutinas con tranquilidad.
También es la misma que, en ocasiones aporta al rating y en otras, se queja de la “tinellización” de la programación existente, pero observa cuerpos en exposición con el mismo manto de naturalización que se ejerce desde las telenovelas, tanto con un cachetazo como con escenas de alto contenido. Para todo eso ya existen leyes y un Código de Proceso Penal que guía a jueces y fiscales, en una sociedad mal educada y mal aprendida. Y como ejemplo de esto, alcanza con referirnos a un delito altamente penalizado, como las rapiñas, que lejos de descender han aumentado, porque no existe el delincuente que piense primero en la cantidad de años que pasará en una cárcel antes de consumar el hecho.
Este flagelo no se solucionará hasta que se comience a trabajar con los niños, pero desde las casas, sin naturalización de los hechos, ni falsas moralejas que perviven en una sociedad acostumbrada a levantar consignas, salir al grito y autoflagelarse, cuando las estadísticas indican otras cosas.


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