Paysandú, Domingo 05 de Marzo de 2017
Opinion | 03 Mar A través de una extensa cadena nacional, el presidente Tabaré Vázquez formuló una evaluación de sus primeros dos años de este, su segundo gobierno.
En primera instancia podía esperarse que iba a referirse al saldo de un nuevo año de su gobierno, con un enfoque puntual de la tarea que ha desarrollado, el escenario actual y el que es de esperar se presente a partir de su conducción, en una puesta al día que en un régimen democrático es una forma de rendición de cuentas ante el soberano.
Pero el jefe de Estado puso en escena una apuesta o concepción diferente, desde que en el 90 por ciento de su alocución resumió lo que consideró logros de los tres gobiernos de izquierda a partir de 2005, es decir, sumando los doce años de gestión. De esta forma situó la vara lo más bajo posible, porque cuando asumió el primer gobierno de Vázquez, Uruguay recién estaba saliendo --no sin muchas dificultades-- de la crisis más grande de su historia, con una economía convaleciente y parámetros socioeconómicos sumamente deprimidos.
En suma, de balance de 2016 hubo muy poco y el mandatario se situó en la posición que consideró más confortable: que hasta hace pocos años estábamos peor y que las dificultades del momento deben compararse con lo que nos pasaba hace diez años, como si se desconociera que las dificultades sobraban y que hubo un trauma muy profundo que marcó la sociedad a partir de los hechos que se sucedieron en de 2002. Es decir, los aciagos tiempos en los que el país estuvo rozando el default, algo que por cierto el propio mandatario actual, en aquel momento en la oposición, apoyaba.
Situándonos en el aspecto medular, pero que ocupó apenas unos minutos de su discurso de más de cuarenta, es decir en la evaluación en este tercer mandato del Frente Amplio, Vázquez estimó como el principal desafío la estructuración y aprobación del proyecto de ley de Rendición de Cuentas, que en este caso particular tiene sobre sí la sombra de la pérdida de la mayoría regimentada en el Parlamento, por lo que deberá negociar por lo menos un voto en la Cámara de Diputados.
Trazó lineamientos con base en incrementos presupuestales para la educación, seguridad, Sistema de Cuidados y vivienda, que consideró prioritarios, en tanto mencionó luces y sombras en el área de la educación. Señaló logros en Primaria en cuanto a inclusión e índices de repetición pero reconoció que hay serias dificultades en Secundaria, tanto en deserción como en repetición. Otro punto fue la reafirmación del compromiso de “tender” a llegar al 6 por ciento del PBI con destino a la educación.
En una enumeración a grandes rasgos por áreas ministeriales, asimismo, en el caso del transporte se comprometió a superar la “emergencia vial” con desarrollo en infraestructura de carreteras, trenes y puertos, con el compromiso de cumplir con el ya anunciado Plan Nacional Estratégico de Infraestructura, en un tiro por elevación que implica compromisos en condiciones para captar la inversión en la tercera planta de celulosa.
Otras referencias al escenario actual y futuro inmediato del presidente incluyeron el compromiso de ampliar los sistemas de vigilancia y control por cámaras de seguridad, así como la ampliación del sistema por tobilleras para todo el país. En el tema laboral dijo que se profundizará el plan de “cultura del trabajo” y fortalecerá el proyecto de las pequeñas y medianas empresas, desarrollos en robótica y biotecnología, a la vez de reafirmar la apuesta al turismo.
Pero sobre todo, la mayor parte del discurso estuvo marcada por comparaciones --archiconocidas en este caso-- respecto a cómo estábamos a la salida de la crisis y los méritos que atribuye a los tres gobiernos en las mejoras. El presidente omitió señalar que en forma paralela el Uruguay vivió un favorable entorno internacional, de una magnitud nunca vista, con precios de los commodities por las nubes y que permitieron ingresos excepcionales que bien aprovechados hubieran permitido generar la infraestructura que ahora se promete abordar, pero sin recursos genuinos, teniendo en cuenta que estamos con un déficit fiscal del orden del 4 por ciento del PBI, y los vientos favorables han cesado, por añadidura.
Tampoco mencionó que a estos “logros” se ha llegado con un déficit fiscal mayor al que tuvimos en plena crisis, que alcanza al 4% de un PBI tres veces mayor que el que teníamos en 2005.
En materia de seguridad, lamentablemente, todos sabemos --y sufrimos-- lo que ocurre, pese a que el presidente celebró un descenso “histórico” de las rapiñas y de homicidios. Un descenso que además de ser mínimo en los hechos, en este caso se olvida de la historia y no compara con lo que ocurría en aquel lejano 2005, en que la delincuencia era mucho menor que ahora, sino con los también históricos --por lo alto-- números de 2015.
Por cierto, en un discurso que se extendió por más de cuarenta minutos, lo menos que era de esperar era la referencia directa a los dos años de gobierno.
El mandatario debió explicarnos a los ciudadanos, a los contribuyentes --esta era la oportunidad-- por qué se disparó el déficit fiscal, y por lo tanto sigue gastándose desde el Estado más dinero que el que entra; explicar por qué hubo que aumentar las tarifas públicas, los precios de la energía, para llenar el agujero de Rentas Generales, consecuencia de lo delirante de la gestión de Ancap, como las aventuras de Alas U y otras yerbas.
Sobre todo, qué se va a hacer para nivelar las cuentas y no hacer que todo el peso siga recayendo sobre los sectores reales de la economía, a los que solo se piensa aplicar más impuestos porque hay “espacio” para exprimir, sin siquiera pensar en adecuar el gasto del Estado.
En fin, fue mucho más lo que no dijo el presidente que lo que dijo, y desperdició 35 de 41 minutos de oratoria en una gran dosis de autobombo sin centrarla en lo que el ciudadano debe recibir como rendición de cuentas de dos años de trabajo.
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