Paysandú, Domingo 12 de Marzo de 2017
Opinion | 07 Mar Como toda institución humana, la lengua experimenta cambios en el transcurso de su evolución histórica, de manera que ese conjunto de preferencias lingüísticas convertidas en modelos de buen uso que constituyen la norma no es igual en todas las épocas: modos de expresión normales en el español medieval y clásico --e incluso en el de épocas más próximas, como los siglos XVIII o XIX-- han desaparecido del español actual o han quedado fuera del uso general culto; y, viceversa, usos condenados en el pasado por los preceptistas del momento forman parte hoy, con toda naturalidad, del conjunto de hábitos expresivos de los hablantes cultos contemporáneos.
El español no es idéntico en todos los lugares en que se habla. En cada país, e incluso en cada zona geográfica y culturalmente delimitada dentro de cada país, las preferencias lingüísticas de sus habitantes son distintas, en algún aspecto, de las preferencias de los hablantes de otras zonas y países. Además, las divergencias en el uso no se deben únicamente a razones geográficas. También dependen en gran medida del modo de expresión (oral o escrito), de la situación comunicativa (formal o informal) y del nivel sociocultural de los hablantes.
La mayoría de las dudas e inseguridades lingüísticas que tienen los hablantes nacen, precisamente, de la perplejidad que les produce encontrarse con modos de expresión distintos de los suyos. Desean saber, entonces, cuál es el uso “correcto”, suponiendo, en consecuencia, que los demás no lo son.
Pero debe tenerse siempre en cuenta que el empleo de una determinada forma de expresión resultará más o menos aceptable dependiendo de distintos factores. Así, las variedades regionales tienen su ámbito propio de uso, pero resultan anómalas fuera de sus límites. Muchos modos de expresión que no son aceptables en la comunicación formal, sea escrita u oral, se juzgan perfectamente normales en la conversación coloquial, más espontánea y, por ello, más propensa al descuido y a la laxitud en la aplicación de ciertas normas de obligado cumplimiento en otros contextos comunicativos. Muchos usos ajenos al español estándar se deben, en ocasiones, a la contaminación de estructuras de una lengua a otra que se produce en hablantes o comunidades bilingües. Y hay, en fin, formas de expresión claramente desprestigiadas por considerarse propias del habla de personas de escasa instrucción. A todo esto se añade el hecho de la evolución lingüística, que convierte en norma usos antaño censurados y expulsa de ella usos en otro tiempo aceptados.
Los juicios normativos admiten, pues, una amplia gradación.
En este sentido, el Diccionario de la Lengua Española es el resultado de la colaboración de todas las academias que conforman la Real Academia Española, cuyo propósito es recoger el léxico general utilizado en España y en los países hispánicos. A raíz de la polémica que suscitó la palabra oenegé en la edición de la víspera, es pertinente traer a colación que la vigésima tercera edición del Diccionario incluye la sigla ONG, de “organización no gubernamental”, como “organización de iniciativa social, independiente de la administración pública, que se dedica a actividades humanitarias, sin fines lucrativos”. Como indica la ortografía, el plural escrito de las siglas es invariable y se marca con las palabras que la acompañan: las ONG, *no las ONGS ni las ONGs, en cuya agramaticalidad suelen incurrir incluso hasta los documentos institucionales; por ejemplo, cuando se dice Pymes la s está mal empleada, porque PYME es una sigla, que significa Pequeñas y Medianas Empresas.
Por otra parte, los eruditos del idioma recordarán que el proceso de lexicalización de las siglas, por el que pasan a convertirse en sustantivos, es bastante común, como puede comprobarse en los casos de láser, ovni, elepé (long play, “disco de larga duración”), sida, CD-ROM (Compact Disc Read-Only Memory, “disco compacto de solo lectura”), entre muchas otras que hoy ya no causan estupor. Oenegé es una de estas lexicalizaciones, que además tienen la ventaja de permitir la forma plural (“las oenegés”) que las siglas no pueden hacer porque son invariables. Es por esto que ya es de estilo en muchos medios periodísticos el uso de oenegé sobre ONG. Tal es el caso de la agencia española oficial de noticias EFE, al igual que la Agence France-Presse (AFP); o el diario madrileño El País, del que la mayoría de los periódicos de habla hispana toman como referencia su “manual de estilo”. Pero no solo en países lejanos se lo utiliza, también en Clarín, de Buenos Aires --el de mayor tiraje en español del mundo--, o incluso en El País de Montevideo es frecuente ver esta palabrita de la discordia.
Ante la consulta de por qué los cambios ortográficos resultan tan controvertidos, el filólogo y académico Salvador Gutiérrez Ordóñez, quien estuvo a cargo de la “Ortografía de la lengua española” de 2010, expresó que: “la ortografía es el sector de la lengua que está más en contacto con los sentimientos profundos, tanto individuales como colectivos. Aprendemos la ortografía desde niños y ese conocimiento se automatiza. Volver a reeducar, a cambiar el chip, cuesta mucho. Por eso el primer sentimiento es en contra. Desde el punto de vista colectivo, algunos aspectos se convierten en símbolos, como ocurrió con la ñ cuando se planteó la supresión de la letra de los ordenadores. Es una reacción nacionalista de la lengua”. “En la incorporación de determinadas palabras al diccionario manda el uso. Si en el uso de los escritores cultos se registra una doble grafía, el diccionario incorpora las dos formas. Suele, sin embargo, elegir una de las dos formas como la más representativa y recomendable. En muchos aspectos la labor de la Academia no es la de condenar, sino la de orientar y encaminar los usos en determinada dirección”, argumentó el coordinador académico.
En todo caso, es bueno que el debate se haya planteado, especialmente en estos tiempos en que “que” se escribe con “k” y ya cuesta saber cuando el problema está haí, aí, hay o ahí.
Por eso, antes de escandalizarnos, recordemos que la costumbre es fuente de Derecho, sobre todo en el lenguaje.
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