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Paysandú, Jueves 16 de Marzo de 2017

El desafío del embarazo adolescente

Opinion | 16 Mar Una de cada cinco mujeres ya tiene un hijo a los 18 años y la cifra aumenta a una de cada tres mujeres en las regiones más pobres del mundo. Ser pobre, vivir en una población rural y tener menor nivel educativo son factores que inciden en el embarazo de las adolescentes en la mayoría de los países, en tanto el 95% de esos nacimientos ocurre en los países en desarrollo.
Uruguay no escapa de este problema y, de acuerdo con los datos oficiales, el 16,4 % de los nacimientos provienen de madres con edades entre 10 y 19 años. Este indicador se mantiene desde 1996-. La información más reciente indica que en 2016, en nuestro país, nacieron 6.575 hijos de madres de entre 15 y 19 años. La cifra marca un descenso en los embarazos adolescentes, ya que era de 7.371 en 2015 y 7.779 en 2014.
La subsecretaria de Salud Pública, Cristina Lustemberg, vinculó el descenso general de la natalidad registrado en 2016 --hubo 1.877 nacimientos menos-- con la disminución de embarazos adolescentes.
Las cifras antes indicadas dan cuenta de que se redujeron en casi 800 los embarazos de niñas y adolescentes entre 2015 y 2016. “No es un dato menor; Uruguay tiene cifras muy altas de embarazo en estas edades y se está trabajando en políticas públicas para disminuir el embarazo adolescente”, dijo.
También sigue siendo preocupante la situación de niñas de entre 10 y 14 años víctimas de lo que se considera una maternidad infantil forzada, en la mayoría de los casos producto de abuso o explotación sexual. En este sentido, tampoco es un dato menor, en el contexto de la baja natalidad de la población uruguaya, que en 2014 hayan nacido 169 bebés, hijos de niñas y adolescentes menores de 15 años. En 2016, fueron 123 niñas menores de 14 años las que tuvieron hijos y en 2015, hubo 122 nacimientos de madres de esas edades.
Los embarazos precoces son, en muchos casos, el resultado de una combinación de normas sociales, tradiciones y limitaciones económicas. En nuestro país, los análisis de embarazo adolescente revelan la desigualdad, ya que los casos se concentran en lugares en condiciones de mayor vulnerabilidad social y económica.
En este sentido, estudios divulgados por el MSP indican que el 23% de las adolescentes que viven en hogares con dos o más necesidades básicas insatisfechas ya pasaron por el proceso de la maternidad, mientras que la cifra se reduce a 2% en los hogares con necesidades básicas satisfechas.
Desde 1996, el promedio de nacimientos provenientes de niñas y adolescentes es de 16,4% con respecto al total anual, tendencia que se mantiene sin cambios hace veinte años.
A su vez, el 95% de las madres adolescentes uruguayas no estudia, mientras que, de las adolescentes que no tienen hijos, solo un 17% dejó los estudios. Además, entre las madres adolescentes, el 80% no tiene empleo ni lo está buscando.
Los factores culturales también inciden y, en este sentido, se ha demostrado que algunas jóvenes consideran el embarazo adolescente como algo hereditario, porque sus madres y sus abuelas también se iniciaron en la maternidad a los 13 o 14 años. Además, es común que, en los estratos socioeconómicos bajos, la maternidad se valore como reconocimiento social y se vea como el ideal de consagración de la mujer, en un abanico de posibilidades muy estrechas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) muestra que los efectos adversos de la maternidad adolescente también se extienden a la salud de sus infantes, ya que las muertes perinatales son 50% más altas entre los bebés nacidos de madres de menos de 20 años que entre aquellos nacidos de madres con entre 20 y 29 años.
En general, las adolescentes que se embarazan suelen tener menos chances que las adultas de acceder a cuidados calificados prenatales, del parto y de posparto, en tanto las complicaciones en el embarazo y en el parto son causas de muerte para estas jóvenes. Asimismo, los recién nacidos de madres adolescentes tienen mayor probabilidad de tener bajo peso al nacer y mayores riesgos a largo plazo.
La OMS ha resaltado que existe clara evidencia científica de que la inversión en métodos anticonceptivos ahorra vidas, contribuye con la igualdad de género y estimula el desarrollo económico. En este sentido, el organismo internacional entiende que si todas las mujeres que desean evitar un embarazo usan anticonceptivos modernos y todas las mujeres embarazadas y los recién nacidos son atendidos adecuadamente, los embarazos no deseados se reducirían en un 70%, los abortos en un 67% y la mortalidad materna en un 67%.
También es determinante que la mujer pueda decidir sobre cuándo y cuántas veces quedar embarazada. Por todo esto, proporcionar información objetiva e integral acerca de los métodos anticonceptivos y su uso, tener la posibilidad de continuar o empezar estudios en el transcurso de un embarazo y contar con información sobre los riesgos de un aborto inseguro, se vuelven aspectos fundamentales para estas adolescentes. En los países donde el aborto es legal, como Uruguay, las adolescentes tienen el derecho de recibir información sobre dónde y cómo obtener esos servicios, de forma de tener insumos para tomar decisiones informadas, ya que está comprobado que las adolescentes tienen menos posibilidades que las mujeres adultas de acceder a abortos legales y seguros.
La experiencia internacional indica que las iniciativas para reducir esos embarazos son variadas y comprenden desde la educación sexual hasta el desarrollo de habilidades para la vida y el mundo del trabajo, y apoyo social. Como en otros asuntos de salud pública, la información y la educación resultan fundamentales para la prevención, tanto para las adolescentes que aún no son madres como para quienes ya tienen un hijo, pero pueden no querer un segundo embarazo.
En momentos en que el Ministerio de Salud Pública trabaja en los preparativos de un plan intersectorial de prevención de embarazo adolescente, que contará con apoyo del sector educativo, estos temas necesitan ponerse en la agenda pública teniendo en cuenta que no se trata solo de un tema de indicadores, sino que se relaciona directamente con la calidad de vida de la población joven, en un país envejecido.


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