Paysandú, Sábado 18 de Marzo de 2017
Opinion | 13 Mar Cada vez que se debate sobre planes educativos en Uruguay y se indaga en los diagnósticos efectuados desde el academicismo hasta la calle, con el tránsito obligado por el ámbito parlamentario, donde finalmente se votan presupuestos y se definen las políticas al respecto, nos queda la sensación de que nadie sabe cómo continuar ante un panorama que se torna diferente con el recambio generacional. Es decir, ni los que están en el gobierno ni los que no están, pero buscan –y encuentran-- la ocasión para decir algo políticamente correcto.
Por un lado va el Poder Ejecutivo con sus distintos órganos de cogobierno; por el otro, transitan los sindicatos que cada vez representan a menos docentes, que a su vez se desdoblan y agitan por el ámbito público pero no faltan en el privado, y por el suyo lo hacen los referentes familiares y estudiantes, que presentan realidades heterogéneas bajo un sistema que no ha logrado llegar con su mensaje de equidad, en tanto las particularidades propias y la conformación de las familias –por ende sus intereses-- resultan variados.
En esta marea discurren y flotan aquellos que buscan responsabilidades ante un problema que padece un deterioro desde hace décadas, agravado en los últimos años y sin uno (o dos) responsables a la vista.
Fernando Filgueira fue el técnico escogido para cambiar el ADN de la educación durante la segunda administración de Tabaré Vázquez, pero tuvo que irse por la puerta chica tras manifestar su solidaridad con el exdirector nacional de Educación, Juan Pedro Mir, ante la presión y desplantes del presidente del Codicen, Wilson Netto, y la inacción de la ministra de Educación, María Julia Muñoz, quien a la postre integra el grupo reducido de extrema confianza política del presidente de la República.
A partir de allí, Filgueira y Mir se transformaron en algo parecido a dos parias que recorren los medios de comunicación y desnudan la realidad existente en los distintos subsistemas. Paralelamente, se reunieron con otros referentes de la educación y crearon EdUy21, o un movimiento de iniciativa ciudadana “orientado a la formación de las competencias del siglo XXI”, de acuerdo con su propia definición. A fines de esta semana presentarán un documento, que entregarán a todos los partidos, al tiempo que esperan que se transforme en el plan de un próximo gobierno. En todo caso, solo hace falta acomodar la silla y sentarse como espectador a observar quiénes iniciarán las reacciones en cadena y quiénes sostendrán el suspiro. Pero la pregunta golpea en un país con brechas fuertemente marcadas: ¿Será posible que –algún día-- se conforme un equipo técnico con diferentes tendencias, basado en las competencias del siglo XXI, que aún se plantea como un asunto futuro cuando en realidad ya transitamos ese tiempo? ¿Cuánta cintura pueden lograr algunos referentes, como la secretaria de Estado o el titular de la educación pública, mientras responden a sectores políticos diferentes, con visiones distintas y en pugna entre sí? Y con esto, alcanza con contemplar las resoluciones y prioridades emanadas desde la mesa política nacional, para darse cuenta que en este país no hace falta la oposición, sino que se refuerza la idea que hay más contrincantes adentro que afuera.
Se nos plantea de manera reiterada que atravesamos una bonanza relativa durante la década pasada, sin embargo, la seguridad ciudadana y Educación son dos aspectos de preocupación relativa, aunque las adjetivaciones se reiteran sin mayores aportes a la causa. O como observamos durante este mes: los sindicatos (principalmente capitalinos y en la zona metropolitana) comienzan el año lectivo al grito, sin otras posibilidades de incidencia que las exposiciones mediáticas y una modalidad educativa que no admitía revisiones ni críticas. No obstante, modera las expectativas de vida futura de las familias, a pesar de que no haya un plan o política de Estado que regule la educación y atraviese a los gobiernos con un semblante estrictamente técnico.
Si en pleno siglo XXI aún discutimos la orientación, valoración e importancia en la proyección personal que tiene la educación en este tiempo y las garantías que nos ofrece para obtener mejores ingresos o salir de la pobreza, entonces estamos en problemas. Ya no es de recibo la banalidad que se crea en torno a la argumentación de la “universidad de la calle”, porque así como los avances educativos se proyectan a nivel de cada individuo, lo hace en forma paralela en lo colectivo.
Aquellos que hacen gárgaras con las estadísticas que demuestran un elevado Producto Bruto Interno no reconocen que las tasas de egreso de ciclo básico se encuentran por debajo del 40%, con elevada extraedad en Primaria y, para esa lectura, no es necesaria la confirmación científica de ningún cálculo expreso. Es, simplemente, que algo no se ha hecho. A este ritmo, no es muy dificultoso afirmar que la futura mano de obra solo desempeñará tareas en los sectores primarios de la economía y de eso no se vuelve porque la inserción internacional de un país requiere capacitación tecnológica y producción de conocimiento específico.
Y esto, en Uruguay así como en cualquier otra nación donde faltan liderazgos, profundiza la desigualdad, exclusión y fragmentación social. Es que todavía no hemos resuelto para qué individuo educamos y los discursos resultan cada vez menos pragmáticos, en tanto se fundamentan en compartimientos estancos con la búsqueda de responsabilidades continuas. En oportunidad de una entrevista con dirigentes de la Asociación de Funcionarios de la Enseñanza Media de Paysandú (Afempay), desnudaban una realidad que los convocaba a la reflexión y exponían la decisión de algunos padres que sacaban de las clases a sus hijos para una práctica de fútbol o la promoción de un viaje estudiantil. Y a partir de allí se disparaban las interrogantes más simples, basadas en la importancia que se ejerce desde el hogar al vínculo entre el centro educativo y las familias.
Entonces, solo en ese punto nos damos cuenta de lo imprescindible que se torna un cambio con el involucramiento sincero de aquellos que desean aportar a las transformaciones verdaderas.
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