Paysandú, Lunes 10 de Abril de 2017
Opinion | 05 Abr En un discurso de 27 páginas, leído el 5 de febrero de 1996, durante un nuevo aniversario de la fundación del Frente Amplio --realizado en la explanada de AFE en Montevideo-- el general Líber Seregni dijo que los frenteamplistas deben acostumbrarse “a la responsabilidad de nuestro actos, acostumbrarnos a examinar nuestros traspiés o nuestros fracasos. No tener aquella posición elemental de achacar todos los problemas al imperialismo y a la oligarquía, que son, sí, responsables de la situación en que se encuentra el mundo entero y nuestro país. Pero que constituye muchas veces un escape fácil frente a nuestros errores, achacar, repito, todo al imperialismo y a la oligarquía. Y no es así”.
En esa misma jornada en la que renunciaba a la presidencia de la fuerza política, Seregni agregó: “Debemos medir cuidadosamente nuestros errores, como única forma de superarlos y de marchar por la buena senda. Porque no es la derecha la culpable de nuestros errores, sino nosotros mismos. El otro elemento tiene que ver con la necesidad de coherencia y de consistencia de nuestro Frente Amplio para ser contundente en la acción política. Y esto requiere, de todos y cada uno de nosotros una posición unitaria con respecto a los objetivos que perseguimos, un colocar, por supuesto los intereses comunes, los del país y los del Frente, por encima de nuestros propios intereses o de nuestro sector”.
Más de 21 años después, sus palabras describen un problema que adolece el partido de gobierno y que seguramente sería motivo de nueva crítica del histórico líder, si viviera. Era el mismo referente que aclamaba la necesidad de “abatir, digo yo, los alambrados de las chacras chicas para formar el campo común donde moverse. No cometamos el terrible pecado de andar cercando las chacras chicas”.
Y ese “terrible pecado” se comete casi a diario con las alertas por una “embestida conservadora” de la oposición que busca –casi obsesivamente, según interpretación de algunos sectores-- quebrantar la credibilidad del Frente Amplio, con la generación de “alarma”, “temor” y “enojo”, sobre “supuestos males que rondan el país”.
En junio se efectuará el próximo Congreso y el MPP asegura en su documento de 39 páginas que “la derecha empezó a maquillarse nuevamente para transformarse en alternativa, conservan en lo esencial su fuerza: el poder económico y el mediático”. En los “sectores conservadores”, están los partidos “de la derecha”, “los más importantes medios de difusión de masas” y empresarios que “empiezan a cuestionar las principales señas de identidad del proceso frenteamplista, aunque se sacara al país de la crisis y se concretara el crecimiento más sostenido de los últimos 60 años”.
En el documento remarcan que “sobre la base de la distorsión de la realidad se miente sobre la ética de los referentes de la izquierda, se cuestionan las capacidades y resultados de la gestión, y los logros se los adjudican al viento de cola, sin tener en cuenta que en 2008 empezó la crisis más profunda de los países capitalistas”.
Seregni recordaba en aquel discurso las tres ideas fundamentales que había desarrollado el año anterior, basadas en la vigencia del ideario frenteamplista, la necesidad de ayudar a resolver los problemas del país desde una “oposición constructiva” --en aquel entonces-- y la tercera idea que postulaba a la tolerancia. “Dijimos que la tolerancia era una virtud que teníamos que cultivar los frenteamplistas y que teníamos que aplicarla por sobre todas las cosas en lo que había sido el espíritu y la definición de nuestro Frente Amplio”. Y que tampoco se aplica.
La brecha se ha profundizado entre los “los malos” y “nosotros, los buenos”, con una mirada ejercida desde la superioridad, incluso en los cargos de gobierno, cuando la realidad impone una visión por encima de las mezquindades y en pro de la solución de los problemas que acucian a los uruguayos que no han logrado salir de la pobreza, o que observan una mayor presencia de multinacionales que han extranjerizado la tierra, o que vislumbran un incremento de las privatizaciones en los distintos ámbitos estatales. Todos reclamos que, ciertamente, formaban parte de los duros discursos de la izquierda fundacional contra los sectores “conservadores” que dominaban la política de entonces.
Mientras Seregni reconocía que “la ley de juego” indicaba que el camino de acceso “al gobierno y al poder” no estaría “pavimentado con pétalos de rosas”, los referentes actuales de cualquier sector tienen una harta tendencia a victimizarse y encasillarse en la continua búsqueda de nuevas adjetivaciones que aprovechan en casi cualquier ocasión. El MPP, que es mayoritario dentro de la fuerza política, propone “remover una serie de estructuras fosilizadas que responden a otros tiempos”, y apuntan a las nuevas formas de comunicación.
Lo que no aparece –y cuesta-- es la autocrítica ante los desafíos que planteó la gestión en algunas empresas públicas, con protagonistas intocables, cuyo accionar se encuentra a estudio de comisiones investigadoras o en el ámbito de la justicia. Tal y como ha ocurrido con otras administraciones, donde sus referentes respondieron ante los jueces o marcharon a la cárcel, cuando los hechos hallaron mérito para ello. En todo caso, no se trata de “caerle” con todo el peso de la crítica solo por “ser de izquierda”, porque sería banal, infantil e inútil a los fines de la República, que tiene –a diferencia de otros países-- sus tres poderes definidos.
Solo se trata de evitar el narcisismo moral que embrutece a cualquier dirigente político y lo vuelve autocomplaciente, esquemático y perseguido, ante situaciones que deberían manejarse con mejor calidad en su discurso político. Algo que, por cierto, escasea en todos los partidos.
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