Paysandú, Lunes 08 de Mayo de 2017
Opinion | 07 May Las razones de la ciudadanía para bajarse de los ómnibus, de los autos y de los taxis y comprarse una moto exigen respuestas de los gobiernos departamentales para atajar la accidentalidad y mejorar la seguridad vial. Solo estos vehículos --junto a las bicicletas-- escapan a un tránsito pesado con su zigzagueo entre los coches. Además, el bajo costo contribuye a su adquisición. Para los jóvenes es un atractivo sin igual y para los adultos un medio económico sobre el que aprovechan a llevar a sus hijos menores.
Pero en estos días hemos visto unos datos muy preocupantes en torno a este fenómeno. El “Estudio sobre las condiciones del traslado de niños en motocicletas en América Latina”, que la Fundación Gonzalo Rodríguez presentará mañana, revela que durante 2016 la cantidad de niños y adolescentes fallecidos en motocicletas aumentó 67% respecto a 2015, de acuerdo con datos manejados por la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev). Esto significa que los niños que se movilizan por ese medio son los pasajeros más vulnerables del sistema de transporte.
En el primero de los años analizados, murieron en total 9 menores de edad en siniestros con motos, al año siguiente los decesos llegaron a 15. Se trata de un estudio sin precedentes en América Latina y el Caribe, sobre la movilidad de niños en moto, realizado en 45 ciudades de Argentina, Brasil, Colombia, Paraguay, República Dominicana y Uruguay.
En el capítulo uruguayo se pone de relieve el riesgo al que se somete a los niños cuyos padres o responsables utilizan ese medio de transporte y no toman en cuenta la normativa nacional al respecto. Si bien Uruguay cuenta con una la ley que prohíbe que los niños sean trasladados en moto hasta que no alcancen el posapié (hecho que ocurre entre los 7 y 10 años de edad), “el estudio constata que esta situación no se cumple actualmente”.
Por otra parte, es al menos dudoso que llegar al posapié evite lesiones graves a un niño en caso de un choque o caída violenta.
La franja de entre 6 y 12 años, y en menor medida la de 13 a 17, resultan las de mayor vulnerabilidad no solo en relación al grupo de los niños sino también en comparación al total de ocupantes. El 64,9% de los siniestros en 2016 tuvo lugar en calles o caminos de zonas urbanas, de acuerdo con el reporte.
Con los riesgos que representa, con lo expuesto que el conductor se encuentra ante los zarpazos del tránsito, ¿qué lleva entonces a una persona a adquirir una motoclicleta? A mediados del año pasado, la revista científica Transport Policy publicó la investigación “Motivaciones para el uso de la motocicleta en viajes urbanos en Latinoamérica: un estudio cualitativo”. Las ciudades analizadas fueron San Pablo y Recife de Brasil, Bogotá y Barranquilla de Colombia, Caracas (Venezuela) y Buenos Aires (Argentina).
Uno de los principales hallazgos es que, a diferencia de los países desarrollados, donde la moto es sinónimo de ocio, en América Latina lo es de trabajo y de ingreso económico. Los participantes en el estudio señalaron que el tiempo que se ahorraban gracias a la moto lo usaban para descansar o en actividades de ocio. Una de las conclusiones de los tres investigadores es que los motociclistas tienen una mala percepción de la calidad y eficiencia del transporte público: les parece que está saturado de pasajeros y que las frecuencias con que pasan los ómnibus no son confiables.
Los autos, en tanto, no son una opción para muchos, en vista de su costo de compra, mantenimiento e impuestos. Además, a las motos no se les cobra el estacionamiento en varias de las ciudades. Solo en Buenos Aires los encuestados señalaron que se está encareciendo su mantenimiento. No obstante, quienes tenían coche y moto dijeron preferir la moto antes que el automóvil, pues éste es para la familia, para fines de semana y días libres, mientras que la moto es para circular solo.
Otras razones son las económicas. La tenencia de una moto significa conseguir trabajo. Un empleo como mensajero, cadete o delivery es el sustento principal de muchos. Y hay motivaciones intangibles, continúa el informe, como “la sensación de libertad que les da ir a altas velocidades y la identidad de grupo; los motociclistas suelen crear asociaciones, grupos de viaje y colectivos en las seis ciudades analizadas”.
En cuanto a los accidentes en los que están involucradas las motos, los conductores de estos vehículos lo atribuyen al mal estado de las calles, la falta de infraestructura especializada (carriles exclusivos y estacionamientos), la falta de cultura ciudadana de motociclistas, entre otros aspectos.
Parte de esa falta de cultura se evidencia en que solo entre quienes han padecido accidentes es bien valorado el uso de elementos protectores como el casco. También, en que ellos mismos reconocen que la entrega de licencias y vehículos se hace casi sin ningún requisito.
Es aquí donde volvemos al principio. Hace falta mayores controles para que todos los motociclistas utilicen las medidas de seguridad correspondientes, que manejen a velocidad adecuada y no hagan locuras, para que no sigan muriendo niños y adolescentes arriba de una moto. O caídos de ella. Lo mismo para esos adultos que cometen la tremenda imprudencia de amontonar niños en el asiento de la motocicleta. Más control y mayor conciencia a nivel de la sociedad.
Al fin y al cabo, en Paysandú se han logrado excelentes resultados en seguridad en el tránsito, con menos accidentes y de menor gravedad los que se produjeron, gracias a mayores controles y especialmente de haber sacado de circulación a más de 6.000 motos que no estaban en condiciones de circular, y que por lo tanto estaban en manos de la mayoría de los conductores más proclives a cometer infracciones graves. Eso da la pauta de que no se necesita inventar la rueda ni crear leyes que envidiarían en el Primer Mundo, como ha sido el caso de muchas de las que impulsa e impuso la Unasev, sino de ordenar el tránsito y terminar con el “a mí no me va a pasar”, en especial en el sector más vulnerable: el de los motociclistas.
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