Paysandú, Martes 09 de Mayo de 2017
Opinion | 02 May Con sensaciones que oscilan entre lo sublime y el ridículo --para nosotros encaja netamente en esta última concepción-- la Junta Departamental de Montevideo, con los votos del oficialismo y algún otro más, aprobó que la Defensoría del Vecino pase a denominarse Defensoría del Vecino y la Vecina. Un “avance” sustancial que permitirá que muchos ciudadanos/as de Montevideo/a se desayunen ahora, con el cambio de nombre, que también las mujeres tienen derecho a ser defendidas y que no solo los vecinos del género masculino están comprendidos, a juzgar por este razonamiento.
Una iniciativa que raya en la imbecilidad mayúscula e intrascendente, de un gobierno que por mostrarse “inclusivo” se deja llevar por la idiotez de la moda que le imponen colectivos minoritarios que ya no saben qué más inventar para mostrarse --y sentirse-- discriminados.
La actual defensora del vecino, desde su reciente gestión, ya ha cambiado por segunda vez de nombre a la defensoría. Este aparece así como un aspecto mucho más trascendente que las inquietudes que --suponemos-- deben tener los ciudadanos capitalinos en cuanto a la gestión de la basura, las calles, el tránsito, el alumbrado, los espacios públicos; es decir, tópicos municipales no tan importantes como los nombres o el género que desvela a estos círculos.
La memoria puede engañarnos, pero en nuestro país el gran “descubridor” del término fue el doctor Tabaré Vázquez, cuando en su discurso incluyó el “uruguayos y uruguayas”, porque razonó --suponemos-- que cuando se expresa “uruguayos”, “ciudadanos”, “vecinos” no están comprendidos los dos sexos, pese a que, desde primer año de escuela, este concepto es inculcado por los maestros como la forma en que, en nuestro idioma, se expresan de manera inclusiva los dos géneros.
Lo explica en su página la Real Academia Española: “Los ciudadanos y las ciudadanas, los niños y las niñas: Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos”.
“La mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto. La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos”.
No es casualidad entonces que sea en estos tiempos, cuando la educación pública se encuentra en su peor momento, con un gobierno que menosprecia lo académico y llegamos a tener un presidente para el que el hablar chabacano es estar cerca del pueblo, haya prendido en quienes adoptaron un perfil netamente “progre” dirigirse a “niños y niñas”, “uruguayas y uruguayos”, “jóvenes y jóvenas” --como preguntó una ministra argentina, porque esta altura el ridículo parece ser la regla y no una excepción--.
La denominación como Defensoría del Vecino y la Vecina (¿no será discriminatorio poner primero vecino que vecina?; ¿y la comunidad LGBT, qué?) aparece como un hecho que desborda el vaso en cuanto al grado de estupidez al que se puede llegar cuando se sigue lineamientos extremistas.
Desde diferentes ámbitos, las críticas y los cuestionamientos se hicieron sentir. Porque cuando se acepta pasivamente y se dice “sí” a todo, se entra en totalitarismos, se ingresa en al automatismo de que todo da lo mismo y se aniquila la capacidad de pensar, de ser analítico, de razonar con altura antes de aceptar las imposiciones “sociales” de lo políticamente correcto e idiomáticamente criminal.
Volvamos al principio: en la propuesta de cambiar el nombre del Defensor del Vecino por el de Vecinos y Vecinas se asegura que su nombre inicial “no se encuentra en consonancia con los postulados, marcos legales y estándares jurídicos vinculados con la igualdad de género”.
Así la Junta Departamental de Montevideo pasó a tratarlo. De los problemas que padecen a diario el vecino y la vecina se habló poco o nada en la sesión, pero la defensora se fue bien contenta por su labor. Desde que asumió la titularidad, en mayo de 2014, según Montevideo Portal ya ha logrado cambiar dos veces la denominación del organismo. Así, la convocatoria de la Defensoría se basó en que “prioriza la transversalización de la perspectiva de género en su gestión institucional, como uno de los ejes fundamentales para la actuación en el marco de sus competencias de promoción y defensa de los derechos humanos en Montevideo”, por lo que “‘Defensoría del Vecino’ no se encuentra en consonancia con los postulados, marcos legales y estándares jurídicos vinculados con la igualdad de género, que dan cuenta de la necesidad de avanzar en un lenguaje no sexista e inclusivo”. (…)
Tamaña ridiculez fue sostenida como argumentación válida para que se votara la propuesta y se asumió con satisfacción que la iniciativa se encuadre en lo políticamente correcto, para satisfacer a los colectivos que defienden estos derechos y se lanzan como perros de presa contra aquel que ose argumentar algún reparo o cuestionamiento.
Felizmente, en nuestro país, esta nueva propuesta “inclusiva” ha recibido más críticas que elogios, además de la dosis usual de humor en los medios periodísticos y con énfasis en el debate virtual. Una clara demostración de que no todo está perdido, que la cultura todavía importa y que aún queda una reserva de seso que vale la pena defender. Y para hacer este comentario menos rígido, pero no por ello menos serio, reproducimos algunos tuits que generó el episodio: “La Defensoría y Defensorío del vecino y la vecina comenzará a ocuparse de los pozos y pozas, la basura y el basuro, y los impuestos e impuestas”.
“Malo, pero inclusivo. Otra muestra de progresismo mágico. Eso sí, de la basura y del basuro, mejor no hablamos”. “Pero la defensoría del vecino es de el/la género/génera femenino/femenina. Debería ser la/el defensoría/defensorío de la/el vecina/vecino”.
Uno de ellos proviene el periodista Daniel Castro, quien ironiza al reproducir un tuit que le enviaron y que expresa: “Yo pienso que el nombre Defensoría de la vecina y el vecino que van a usar discrimina y deja afuera mucha gente”.
“Propongo ponerle 'Defensoría de la vecina, el vecino, la vecinita, el vecinito, la vecina adulta mayor, el vecino adulto mayor, lxs vecinxs LGBT, la vecina afrouruguaya, el vecino afrouruguayo, la vecina y el vecino con capacidades diferentes, la vecina indignada, el vecino indignado y ventanilla especial para las personas de nombre 'Fata' Delgado.
Por las dudas, también dejaría la mitad del cartel en blanco para todo lo que pueda surgir en los años venideros en los ámbitos donde se cocina el lenguaje inclusivo”.
Y tiene razón, lamentablemente. Es que en materia de absurdos, con esta onda “progre” en nuestro país, siempre queda latente capacidad para superar dislates que parecen ser el límite de la sinrazón extrema.
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