Paysandú, Martes 16 de Mayo de 2017
Opinion | 15 May Casi ningún político cree en las encuestas. Sin embargo, tras los últimos resultados en la intención de voto de los uruguayos es notorio que comienzan a jugar sus piezas y las especulaciones conforman una trama de clima electoral que no se ajusta a los tiempos. Y allí se aprecian los errores que cometen algunos, como el presidente del Banco Central, Mario Bergara, quien por mandato constitucional se encuentra inhibido de realizar manifestaciones públicas por candidaturas políticas, en tanto cumple funciones al frente de un organismo del Estado.
Bergara “no descarta” postularse ante la eventualidad de un ofrecimiento de la candidatura a la presidencia, así como otros que otean el horizonte que plantean las consultas, con un panorama que se presenta complicado por la falta de liderazgos políticos que ya sufren el “paso de la biología”, como José Mujica, o no pueden volver a postularse como el presidente Tabaré Vázquez, o demuestran su parquedad habitual, como el ministro de Economía, Danilo Astori.
Es que el Frente Amplio continúa con la pérdida de una tercera parte de sus votantes, según la última encuesta de Factum, y en comparación con Equipos, la intención de votos se ubica en torno al 31 y 35%, respectivamente. En este último esquema, se analizaron las simpatías y antipatías que generan las imágenes de los principales líderes y el caso de Mujica es casi antológico porque recibe una respuesta extremadamente polarizada de 42% a favor y 44% de rechazo, tras retirarse del sillón presidencial con 72% de popularidad. En el camino perdió 30 puntos, que pueden explicarse por las investigaciones parlamentarias sobre la gestión de recursos en Ancap y un déficit fiscal muy difícil de roer, al tiempo que Uruguay atravesaba la “década ganada”.
Mientras la coalición de izquierda espera las reacciones de Astori, que el 23 de abril cumplió 77 años, las consultas lo ubican al secretario de Estado con una aprobación de 29% y un rechazo de 52%, o sea que cuenta con un saldo negativo de -23%. Claro que hay otros que deben aprender a manejar peores guarismos, como el vicepresidente Raúl Sendic, con una antipatía del 70% y una aprobación de 14%. Si a todo esto se suma que el senador del Partido Independiente Pablo Mieres encabeza el ranking de políticos con mejor imagen con 69 puntos, seguido por el intendente de Montevideo, Daniel Martínez, y la senadora del Partido Nacional, Verónica Alonso, con 65 y 64 puntos respectivamente, se observa un escenario raro y complejo que no es directamente proporcional a la intención de votos. El Partido Independiente representa al 3% de la ciudadanía y Martínez gravita entre un 33% de simpatía con un 30% de rechazo de su gestión al frente de la comuna capitalina.
Por su lado, el Partido Nacional se encuentra a un punto de diferencia del Frente Amplio y crece 6 puntos con respecto al año pasado, sin dejar de mencionar a la interna colorada, que sufrió un duro golpe con el anuncio del retiro del senador Pedro Bordaberry, cuya figura se centró como referencia partidaria y ahora padecen los embates de salir en búsqueda de alguien que ocupe ese vacío.
Y planteado así tampoco parece un escenario menor, porque se trata de votos que pueden captarse por el lado conservador del nacionalismo que lidera Luis Lacalle Pou, aunque el senador Jorge Larrañaga mantiene –aún-- sus referencias en el Interior.
Pero ¿qué enojó a un electorado frenteamplista que ha retirado su voto tradicional o, al menos, su confianza? Justamente todo lo antedicho: que sus políticos de referencia estén tan preocupados por el escenario electoral que se plantea hacia el 2019 y no hayan resuelto cuestiones que –tampoco-- son fáciles de cambiar. Y en todo caso los números no se conquistan en una pasarela, ni son pasibles de simpatía, sino todo lo contrario.
A pesar de las comparaciones con décadas pasadas, esta clase media de ahora soporta la carga impositiva, el aumento del Impuesto a la Renta de las Personas Físicas y la imposibilidad de una rebaja de las tarifas públicas que, por el lado de UTE y los combustibles, debieron aplicarse hace meses. Sin embargo, son las variables de ajuste que utiliza el gobierno para sobrellevar un déficit fiscal que no baja del 3,8% del PBI.
Los sectores más bajos sufren el desempleo o una precarización laboral que no lograron solucionar con mensajes ni buenas intenciones y un temor a la pérdida del trabajo que se observa en determinados segmentos de la producción nacional que transitan por una cuerda floja, mientras la economía nacional de hoy se basa en la inversión extranjera. Es decir, el votante frenteamplista ponía su voto convencido de que “estos” serían diferentes a “aquellos” que gobernaron con anterioridad y mantenía su confianza por la seriedad con la que se manejarían las empresas públicas, por lo tanto, los dineros públicos. Con el paso de los años, apareció el despilfarro, la mala gestión y una excusa para todo, que en ocasiones dejaba perplejo a cualquier interlocutor básico.
Ya no existe el argumento para sostener a la “herencia maldita”, porque se mantiene el rojo de las cuentas públicas durante los últimos 12 meses a pesar de un incremento de los ingresos por una mayor recaudación y la estrategia desplegada no da resultados, por tanto se aumenta la deuda pública y sus efectos se acumulan.
El proyecto de presupuesto que deberá ingresar al Parlamento el próximo mes, se fijó la meta fiscal de un superávit del 1% para 2019, pero el escenario es complejo y no hay espacio para abatir ese déficit.
Tampoco hay mayores tiempos políticos para dichos controles, con excepción de 2017-2018, porque el siguiente será electoral y las miradas se voltearán hacia otros escenarios.
Desde la interna partidaria oficialista argumentan que hay autocrítica y se manifiesta en los plenarios y congresos, pero ese no es el punto. La honestidad intelectual exige que la autocrítica salga a las calles y se exponga ante una pregunta, sin diatribas ni justificaciones en cuestiones que caen por su propio peso, como las mencionadas gestiones al frente organismos monopólicos.
Solo servirá la autocrítica si se plantea fuera de los recintos partidarios y si viene acompañada de la corrección de errores, de lo contrario, el ciudadano reflejará con su voto que las últimas administraciones solo fueron “más de lo mismo”.
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