Paysandú, Sábado 20 de Mayo de 2017
Opinion | 14 May Promediando el mes en que se celebró el Día de los Trabajadores, aquella jornada de reivindicaciones, de lucha y de reafirmación de los obreros como clase social, quedan aún muchas cosas por resolver, en un país donde --de acuerdo con los últimos datos disponibles de la Encuesta Continua de Hogares (ECH)-- el 62,5% de los jóvenes de 21 y 22 años no culminó sus estudios de educación media superior. El 50,6% de los jóvenes de entre 12 y 29 que se desvincularon del sistema educativo lo hizo porque “no tenía interés o le interesaban otras cosas”; el 51,8% de los jóvenes de entre 15 y 24 años que no asiste a ningún establecimiento educativo, ni trabaja, ni busca trabajo, pertenece al primer quintil de ingresos (el más bajo), y el 81,3% tiene como nivel educativo alcanzado un máximo de ciclo básico o menor.
No quedan dudas que en la sociedad moderna, educación y trabajo están profundamente inter-relacionados. En consecuencia, al hacer hincapié en la necesidad de impulsar o profundizar “la cultura del trabajo” también debe hacerse el mismo esfuerzo en darle importancia a “la cultura de la educación”.
El instituto Desarrollo de la Responsabilidad Social (Deres) subrayó que “los altos índices de deserción escolar y liceal inciden en la buena preparación de los jóvenes hacia una correcta inserción laboral” y que “la relación trabajo-educación es una de las mayores preocupaciones de los empresarios, al igual que la de muchos otros actores de la sociedad”.
La mirada de los empresarios es ciertamente pesimista. El Departamento de Estudios Económicos de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios del Uruguay determinó que el 54% de los patronos encuestados entiende que los jóvenes al momento de iniciar su trabajo en una empresa, están nada preparados o muy poco preparados. Asimismo, el 52% de los empleadores no está satisfecho con el nivel de conocimiento que tienen los jóvenes que se incorporan a su empresa. Y sólo un 9% de los empresarios consultados está muy satisfecho con el nivel técnico/académico con el cual los jóvenes ingresan al mercado laboral.
En una reciente actividad de reflexión colectiva sobre la relación entre trabajo y educación, Fernando Pereira, presidente del Pit Cnt, aseguró que “el movimiento obrero discute cómo se reparte el mercado de trabajo. Pero el verdadero trabajo está en ocuparse de que los nuevos muchachos se capaciten para ingresar a este mercado”.
En la misma ocasión el economista Gabriel Oddone, socio de la consultora económica y financiera CPA Ferrere, fue más allá aún al hacer hincapié en la veloz penetración en la sociedad --en relativamente muy poco tiempo-- de sistemas como Whatsapp, Uber o Airbnb, que hace diez años no existían.
¿Cómo se relaciona esto con el trabajo? Oddone lo explicó al indicar que “el 52% de las empresas del Fortune 2000 no existe más” y agregó por si hiciera falta: “el teléfono demoró 50 años en llegar a 50 millones de usuarios y los Angry Birds 35 días”.
Queda más que claro que el gran desafío de la sociedad mundial es la formación de los trabajadores teniendo en cuenta que muchas profesiones tradicionales, algunas milenarias, han desaparecido o están prontas a desaparecer. Ese se profundiza mucho más en nuestro país, donde una enorme cantidad de jóvenes no reciben la educación básica general, aquella “cultura general” orgullo de generaciones anteriores.
Si hace falta tomar como ejemplo lo que ocurre en un país que ha comprendido el desafío y que ha dado pasos concretos para incentivar una cultura educativa que no tenga como objetivo alcanzar un trabajo para toda la vida, sino comprender que será necesario toda una vida de educación para acceder a diferentes niveles del mercado de trabajo, basta Finlandia.
Especialmente Finlandia, recientemente visitada por el presidente Tabaré Vázquez. Allí la deserción estudiantil es virtualmente nula (0,6%). Allí el 10% de los mejores alumnos finlandeses de secundaria eligen la carrera del magisterio con sólida formación educativa; cerca del 70% de los docentes en nuestro país son estudiantes fracasados que llegan a la enseñanza en busca de una estabilidad laboral de por vida, pero sin vocación alguna.
Podremos seguir defendiendo al 1º de Mayo como un día de compromiso y de lucha de los trabajadores. Podremos seguir recordando a quienes se opusieron a la dictadura militar. Podremos reflexionar sobre el valor de la unidad de todos los trabajadores, y del fortalecimiento de los sindicatos.
Estará bien hacerlo, porque en un país donde el gobierno utiliza como política habitual la depresión del consumo como forma de impedir que la inflación se dispare, lo que produce necesariamente mantener los salarios a la baja, la defensa de los derechos de los trabajadores merecen respeto y apoyo.
Pero se hace necesario ir más atrás, y eso lo debe comprender la sociedad toda, sin divisiones. El país necesita mantenerse a rueda del mundo, porque de lo contrario las oportunidades de exportación, de productividad y --de hecho-- empleo, paulatinamente irán perdiéndose. Apenas si quedará el monstruo jurásico del Estado dando empleo a cientos de miles de personas.
Pero el aparato industrial, el sector de servicios, y en general todo el sistema laboral privado quedará atado a contar con trabajadores capacitados. Por mal camino vamos si más de la mitad de los jóvenes ni siquiera termina enseñanza secundaria en su ciclo básico.
El Estado, por su lado, debe actualizar el sistema educativo, hacerlo más atractivo, y especialmente consecuente con las exigencias del mercado laboral de hoy.
Pero la base, el núcleo de la cuestión no está ni en el gobierno, ni en los empresarios, ni en los sindicatos. Está en la familia, porque es esta base esencial de la sociedad que se ha tornado tan permisiva que no exige a sus miembros más jóvenes (que a esa edad carecen del discernimiento necesario ni comprenden que en realidad están condenando sus propias vidas) estudiar. Hay que hacer un llamado a los padres, a los tutores, a cumplir con la responsabilidad primera, la de velar por nuestros hijos. Y eso incluye hacer que estudien y controlar que aprendan. No hay libre albedrío posible en esto, porque si así fuera estaríamos actuando contra nuestros propios descendientes.
El mundo hoy cambia demasiado rápidamente. No se puede esperar “a ver si” mañana se deciden a estudiar. Es ahora. Tiene que ser ahora.
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