Paysandú, Domingo 21 de Mayo de 2017
Opinion | 17 May Aunque el ministro de Trabajo, Ernesto Murro, asegure que no existen indicadores que determinen “un boom de cierres de empresas” o picos de desocupación en el país, la realidad señala que el cierre de ocho industrias en los últimos dos años, llevaron a la eliminación de más de 2.500 empleos.
Fanapel dio su estertor final en febrero y cerró la fuente laboral de 300 personas, tras una huella marcada por otros sectores golpeados por el desplome de los precios internacionales y un dólar debilitado, que torna difícil la competencia y producción en un país caro, como es el caso de Uruguay.
Ecolat bajó la cortina en febrero de 2015 y dejó por el camino a 400 personas en Nueva Helvecia. Pocos meses después Schreiber Foods eliminó la chance laboral a 170 habitantes de Libertad. En julio de aquel año, cerró Chery y 350 trabajadores marcharon a sus casas, Lifan despidió a 150 y junto a Nordex, enviaron al seguro de paro a 250 personas.
Pero la cucarda se la lleva Fripur: en agosto de 2015 dejó sin su fuente de sustento a más de 900 empleados y aunque se reactivó bajo una firma canadiense, solo contrató a 100 operarios. Paralelamente, tampoco lograron sostenerse las cooperativas sociales bajo la gran espalda del Estado, y así dejaron de operar --tras una importante inyección de dineros públicos-- la imprenta COEP, Cotrapay o Tessamérica y Alas Uruguay. Todas ellas suman 310 fuentes de empleo que quedaron por el camino. En general, la industria de la vestimenta perdió 1.500 puestos de trabajo por la baja producción y dificultades de inserción en los mercados.
Y en un limbo se encuentra el Molino Dolores, que depende de la reactivación parcial, tras la designación de un síndico que gestionará el emprendimiento durante algunos meses, pero retomará 120 trabajadores de un total de 300.
En las últimas horas, Fumaya --una empresa de vanguardia en la fabricación de muebles en su planta industrial ubicada en Paso de la Arena-- tomó la decisión de cerrar su producción y dedicarse exclusivamente a la importación, ante la escasa proyección hacia el exterior y la imposibilidad de competir en el mercado uruguayo. Los 23 trabajadores despedidos --que presentan niveles de alta calificación-- propusieron la conformación de una cooperativa para dedicarse al armado y mantenimiento de las importaciones, que será analizada más adelante.
Según la Cámara de Industrias, Uruguay asiste a un proceso de desindustrialización y toma en cuenta que en los últimos tres años se perdieron 22.000 puestos de trabajo, además de las reconversiones o reducciones en sus producciones que hipotecan el futuro empresarial y presagian otros anuncios. Mientras Uruguay sufre el rezago cambiario --junto a Argentina y Brasil-- realiza ingentes esfuerzos en colocar su producción a los vecinos porque los productos industrializados presentan difícil inserción en otros mercados internacionales, sin dejar de mencionar a aquellas que exportan al costo o –aún-- a pérdida. En este segmento, la industria manufacturera es prácticamente inexistente, con la excepción de productos primarios o también denominados commodities.
De hecho, el Instituto Nacional de Estadísticas relevó el crecimiento de las industrias durante el primer trimestre y de un total de 19 rubros, solo siete aumentaron su producción. Mientras tanto, las empresas reclaman acciones y voluntad política del gobierno porque el dólar se mantiene en torno a $ 28 y el petróleo a U$S 46, lo que permitiría un descenso de las tarifas de la energía. Reclaman, además, una rebaja en los aportes patronales que se suman a otros costos financieros y laborales, que tornan dificultoso el desempeño empresarial por nuevos endeudamientos y la contención de puestos laborales, en sectores que perciben mejores ingresos.
El viento de cola comenzó a soplar con menor intensidad en los últimos tres años. En 2014 se registraron exportaciones por U$S 9.178 millones, pero los malos resultados se repitieron en los dos años siguientes y pesaron las situaciones de las economías regionales junto a una menor demanda de productos uruguayos por parte de países europeos. Es notorio y hasta obvio de explicar que el gobierno tiene grandes necesidades de facturación para abatir un déficit fiscal casi inamovible, además de sostener un grosero aparato estatal que devora gran parte de sus ingresos, sin mencionar la urgente capitalización de organismos monopólicos que resultaron deficitarios bajo dudosas aclaraciones del oficialismo.
Sin embargo, las percepciones de crecimiento se estancaron en las explicaciones de un aumento del consumo y se basan en las inversiones extranjeras. Solo así se generan círculos viciosos y una visión irreal de los resultados que diariamente demuestran otras situaciones sociales menos halagüeñas, por ejemplo entre los jóvenes que acceden a empleos mal pagados ante su escasa capacitación, o el caso de los universitarios que miran otros horizontes.
Esta problemática se extiende al Mercosur, pero Uruguay asistió a través del Fondo para el Desarrollo (Fondes) a más empresas de las que podía sostener y ese costo negativo resultó una catarsis colectiva que aún se analiza. Por eso se vuelve imposible repartir la riqueza que no se produce, pero esto parece una explicación difícil de comprender por parte de quienes se asombran ante la existencia de nuevas brechas sociales. Tampoco se ha logrado comprender que casi el 90% de las empresas que quedan en el país son pequeñas o medianas y que deben sentarse a negociar (y después a pagar) en igualdad de condiciones con otras de mayor envergadura. El resultado ha estado a la vista: no pueden continuar absorbiendo los costos productivos ni laborales y se van o cierran.
Pero la visión sobre lo ideal casi la resolvió Aristóteles hace unos 2.300 años, cuando se separó de su maestro Platón, quien alimentaba ideologías utópicas y propuso una congruencia entre la realidad que se comprueba a diario y lo certero que se analiza bajo otros parámetros.
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