Paysandú, Miércoles 24 de Mayo de 2017
Opinion | 23 May A esta altura del tercer milenio un aspecto indiscutible como factor que propicia el desarrollo y la inclusión en un país es generar una educación acorde a los nuevos desafíos. En los últimos años ha pasado de ser un valor agregado deseable a un elemento indispensable, no ya para acortar distancias con el mundo desarrollado, sino para no seguir perdiendo rueda y aumentar la brecha en calidad de vida y sustentabilidad, por decir lo menos.
Ha pasado más de un lustro, sin embargo, desde la apelación y la promesa lanzada por el expresidente José Mujica, asegurando “educación, educación, educación”, que dijo era uno de sus objetivos prioritarios. Aunque, a juzgar por los hechos, más allá de algún logro puntual que solo ha servido para maquillar la realidad, su voluntad política no le alcanzó para llegar a las grandes corporaciones que logran mantener el statuo quo en este sector clave.
En realidad, las corporaciones de gremios docentes le torcían el brazo al expresidente a cada intento de generar algún cambio. Y lo mismo ha ocurrido con Tabaré Vázquez, quien incluso durante su primer mandato cedió a estas presiones corporativas y --en una decisión que iba a contramano de lo razonable y de lo que deberían ser objetivos en aras del interés general-- aprobó una Ley de Educación que solo sirvió para dar más poder a los sindicatos.
Pero educación es un concepto muy amplio y abstracto, y de lo que se trata es de dar similares oportunidades a los ciudadanos desde la niñez para abrirse paso en la vida, construir su futuro y a la vez hacer carne en la sociedad el convencimiento de que sin educación, sin formación, sin capacitación, los beneficios serán para otros, salvo circunstancias muy puntuales y a menudo fortuitas, como una situación acomodada de la familia de origen y compartir profesiones y actividades que vienen de sucesivas generaciones. Y aún así, lo más probable es que los recursos se terminen más rápido de lo esperado.
Pero para el ciudadano común, sin educación su futuro es muy comprometido desde el vamos, su realidad se limita, y si se reside en el Interior y más aún en el interior profundo, también su universo y oportunidades se diluyen drásticamente, tal como lo demuestra la realidad que vivimos en el Uruguay desde el fondo de los tiempos.
Valgan estos elementos muy incompletos pero reales, para ubicarnos someramente en un panorama que dista de ser alentador, tanto por lo que se hace como por lo que no se hace. Por esto y otros factores seguimos inmersos en un perfil de primarización en el sector productivo, la desindustrialización marca cambios profundos en el mercado del trabajo, mientras el crecimiento del sector servicios muestra signos alentadores pero con el riesgo de falta de sustentabilidad si no hay generación y multiplicación de riqueza.
Para potenciar los aspectos positivos, deseables y posibles en la ecuación es preciso por lo tanto incorporar cambios impostergables en un sistema educativo que acusa cada vez mayor retraso. Pero se mantiene la indiferencia de los gremios del sector, más preocupados en mantener sus beneficios y regodearse en su visión ideológica que en atender las necesidades de innovación, de inclusión real por encima de concepciones dogmáticas y sin asumir que para discernir el qué y el cómo debe definirse el escenario real en el que se está parado y hacia dónde van el país y el mundo.
Y ya que hablamos de la realidad, vienen al caso conceptos y reflexiones del historiador e investigador José Rilla, decano de la Facultad de Cultura del Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh), que días atrás fue reconocido como universidad por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), en coincidencia con el festejo de su 60º aniversario.
En diálogo con El Observador, Rilla señaló acerca de la situación de la educación en nuestro país, que “estamos en problemas severos. Creo que la educación tiene problemas en el mundo. Tiene problemas en lo que refiere al sentido, a la orientación, a la utilidad, al modo en cómo la ve la gente, al modo en cómo la ven los mercados de trabajo”.
Observó que en este contexto en Uruguay se dan algunos indicadores especialmente graves, en lo que tiene ver con rendimiento, capacidad de retención y vínculos entre la educación, escuela y grupos familiares. “También tenemos un problema serio en las instituciones, sobre todo en educación media. Egresar de bachillerato y llegar a la universidad en Uruguay es una hazaña”, evaluó.
Hizo énfasis en que “siempre le digo a mis estudiantes, tanto en el Claeh como en la Universidad de la República, que los que estamos aquí somos privilegiados porque los que llegan a la educación terciaria en Uruguay son escandalosamente pocos. Si el panorama de secundaria sigue como está, muy probablemente en muy pocos años, la mitad de la población no va a tener la secundaria completa. No lo digo yo, lo dice el Instituto Nacional de Evaluación Educativa”.
Las expresiones del educador reflejan lo que percibimos a diario como integrantes de la comunidad y protagonistas de la tarea de tomar el pulso a la realidad departamental y nacional.
Rilla lo resume en reflexiones como: “Creo que hay problemas de carácter político. Aquí estoy opinando en términos casi personales. Hay dos cosas de las que no estoy seguro. Por un lado, dudo que exista voluntad política de hacer una transformación de envergadura. No tenemos problemas técnicos porque cuando los que saben de estas cosas se reúnen, rápidamente llegan a un acuerdo. Es un problema político que tiene que ver con las convicciones, con la voluntad y con el liderazgo para encarar esa transformación. Por otro lado, no estoy muy seguro de que la educación sea un problema que le preocupe demasiado a la gente”.
Tiene razón en este último aspecto el docente cuando refiere a que la gente difícilmente salga a la calle, se agrupe y reclame organizadamente por una mejor educación. En la actual situación de pérdida de valores, del “como te digo una cosa, te digo la otra”, de los títulos falsos y donde la “universidad de la calle” es la mejor escuela, todo ello alentado por figuras de primera línea de nuestro gobierno, es difícil que un grado universitario o incluso la secundaria sea reconocida como algo para lo que valga la pena el esfuerzo. Y eso se ve claramente desde que ojo con hache no sorprende ni a un doctor.
Pero la responsabilidad de decidir los cambios y el rumbo le corresponde a los representantes de la ciudadanía en tanto estamos en una democracia representativa, esto es el Poder Ejecutivo, los legisladores, los gobernantes en sus respectivas áreas, organizaciones sociales.
Y en este caso sí tienen que ver los liderazgos políticos ausentes, salvo algunas voces que parecen predicar en el desierto, con escasa repercusión ante la inamovilidad en estos círculos y el poder de los que medran en este escenario, caso de los gremios y quienes acuñan motivaciones ideológicas para tratar de imponer su visión a la sociedad, con los resultados en la mesa.
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