Paysandú, Jueves 25 de Mayo de 2017
Opinion | 19 May “Reconversión” es un elemento de la realidad que no solo sobrevuela, sino que ya ha aterrizado desde hace tiempo como un componente importante en el quehacer socioeconómico nacional, y tiene mucho y a veces todo que ver con la viabilidad de emprendimientos que conjugan capital y trabajo para adecuarlos a las circunstancias, a los tiempos, y sobre todo, con su sustentabilidad, que es el eje en este escenario.
Nos referimos tanto a los actores privados como al Estado, solo que la diferencia radica en que mientras este último vive de los que crean la riqueza, de los emprendedores, de los trabajadores, de todos quienes pagan impuestos y siempre tiene a mano a Rentas Generales para enjugar los déficit, en el caso de los privados dependen de sus propios medios para subsistir, y ello los condiciona fuertemente.
En fin, contrariamente a épocas en las que el proteccionismo y el encierro económico cobijaban ineficiencias y trasladaban los costos al consumidor y al propio país que subsidiaba lo inviable, detrayendo recursos de un sector para trasladarlos a otro, la apertura económica y la globalización condicionan seriamente el desenvolvimiento de emprendimientos que no dependen de la subvención estatal. A la vez se proyecta con similares exigencias para el mundo del trabajo porque es preciso adecuar los recursos humanos y la tecnología a los desafíos de los tiempos.
Bueno, la reconversión indica que hay necesidad de cambiar y hasta reinventarse para insertarse en las reglas de juego y escenarios internos y externos, pero como toda innovación obligada y no consecuencia de una evolución natural, es casi seguro que habrá efectos traumáticos iniciales y que quien no se embarque en esta línea tendrá serios problemas de sustentabilidad tanto en el ámbito empresarial como laboral.
Pero en el Uruguay, con los privados adecuándose a los tiempos, se requiere que desde el ámbito estatal se esté a la altura del desafío, más allá de la retórica y expresiones de buenos deseos de gobernantes y jerarcas, así como de dirigentes sindicales, que apuntan más a tapar el ojo y seguir flotando que la expresión de haber asumido en donde estamos y hacia donde deberíamos ir.
Y la reconversión en aras de sobrevivir, conlleva tratar de hacer viable lo inviable, aunque se tenga que cambiar de rubro o incluso como ha ocurrido en estos últimos años, dejar la faz productiva para pasar a la intermediación importando productos que se manufacturan en países donde se tienen otras condiciones para la industria y la logística a su servicio. Aunque la consecuencia es la pérdida de puestos de trabajo en nuestro medio y una indeseable desindustrialización en el sector manufacturero.
Es decir que la reconversión con fórceps y consecuencia de hechos sobre los que no es posible incidir por los protagonistas significan un cambio sobre la marcha que responde más que nada a la necesidad de improvisar respuestas a medida de lo que va dictando la realidad.
En este contexto debemos situar, entre otros ejemplos, el anuncio de una empresa que se desempeñaba en el sector metalúrgico desde hace más de 70 años, de que cesaría su producción en el país y se volvería 100% importadora de productos manufacturados en el exterior.
Nos referimos a Fumaya, una compañía de corte familiar que se dedica a la fabricación de mobiliario para la oficina, soluciones para almacenamiento y, más acá en el tiempo, productos para el hogar, que informó la semana anterior a sus clientes acerca la decisión de cerrar su planta, según informó el diario El Observador.
Una fuente al tanto de la situación dijo a su vez a El País que se trata de una "reconversión" y que ahora se concentrará en la importación de productos. A la hora de explicar el porqué, el informante argumentó que la pérdida de competitividad provocó que el negocio dejara de ser rentable.
Es así que la actividad industrial ya ha cesado en la planta que Fumaya tiene en Paso de la Arena, en Montevideo, y suman 23 los trabajadores que, como consecuencia de esta medida, perdieron su empleo. Pero a la vez esta decisión empresarial se enmarca en lo que es ya una larga cadena de cierres o “reconversiones” que en los hechos son dejara de producir para dedicarse a importar.
El presidente de la Comisión de Relaciones Socio-Laborales de la Cámara de Industrias (CIU), Andrés Fostik, dijo a El País en torno a este caso puntal de Fumaya que "no pudieron con el costo país y lo que es el comercio exterior en algunos sectores de la industria". Agregó el dirigente gremial que es un caso más de los "muchos" emprendimientos que, para seguir "subsistiendo" apelan a la reconversión. Para estas empresas la llave para "mantenerse vivas" es producir "cada vez menos" en suelo nacional y, en cambio, apelar a la compra de bienes terminados en el exterior.
"Cuanto más se hace en el país, menos chance de competir en el mercado se tiene", dijo Fostik. Además, añadió que este fenómeno se agudizará de ahora en más, fruto de la llegada desde fuera de fronteras de una oferta con precios "totalmente disímiles" a los nacionales, que tienen costos de producción "altos" y productividad "muy baja".
"No quedan grandes empresas metalúrgicas en el país. Había unas cuantas. Ahora habría que ver si queda alguna con más de 200 trabajadores", sostuvo.
Esta realidad solo no la ve quien no quiere verla, y por más que haya “reconversión” el dejar de producir para convertirse en importador puede ser una solución para la empresa y hasta económicamente muy rentable, pero muy negativo para el país en la medida que cada importación son divisas que se pierden y si se termina de producir dentro de fronteras, se perderá el equilibrio que sostiene la economía del país.
Pero el propio Fostik razona que volverse importador neto "tampoco es la panacea" porque está íntimamente vinculado a cómo siga el tipo de cambio. "Mañana hay un golpe de timón por ese lado y se les complica", comentó, recordando a la vez una historia repetida en nuestro país, donde se han registrado drásticas devaluaciones cada vez que hubo atraso cambiario con la intención de alentar el consumo y contener la inflación.
Igualmente, la “reconversión” es tentadora porque para ser importador no se necesita mucha inversión, infraestructura compleja y con fuertes costos en insumos y energía que conlleva un emprendimiento productivo o manufacturero. Y un detalle no menor es que tampoco necesita muchos empleados, lo que puede ser muy bueno para la empresa porque el empleado que no existe, tampoco reclama nada, pero para el país termina siendo muy negativo. El punto en contra es que cada vez es más fácil ser importador, por lo que la competencia por el mercado potencial aumenta.
Ergo, seguimos inmersos en una problemática muy compleja, que no admite más improvisaciones y seguir dejando que los zapallos se acomoden solos en el carro, que es una forma cómoda de no comprometerse con el futuro del país, con el creciente riesgo de solo apostar a las materias primas sin el valor agregado que hace la diferencia para mejorar la calidad de vida y la sustentabilidad de un país.
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