Paysandú, Martes 30 de Mayo de 2017
Opinion | 29 May La tasa de desempleo tiene una tendencia alcista desde hace meses, y dicho comportamiento alertó a las gremiales empresariales y al Instituto Cuesta Duarte, dependiente del Pit Cnt, que analizaron los escenarios negativos existentes en el marco regional y local. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en marzo el guarismo se ubicó en 9%, por encima del 8,2%, registrado en febrero pasado pero también resultó superior al 8%, alcanzado en marzo de 2016, con la pérdida de 22.100 puestos laborales en el último año.
Incluso descendió la tasa de empleo de 58,2% a 58%, con una mayor cantidad de personas que salió a buscar un trabajo. Si se desglosa por zona se observa que en Montevideo llegó a 10,1% y en el resto del país a 8,2%. Sin embargo, el ministro de Trabajo, Ernesto Murro, reconoció que el dato “nos pega y nos duele”, además de asegurar que “realmente nos sorprendió un poco la cifra”.
Es, también, el mismo ministro que a comienzos de enero consideraba “razonable” un nivel de desempleo que en esa fecha el INE manejaba en torno a 7,7%, “contrariamente a lo que se había vaticinado” de esa tendencia alcista, según el secretario de Estado.
A pesar de la suba y una propensión negativa del trabajo en Uruguay, Murro es optimista y apunta a los “indicadores de crecimiento” basado en la compra del frigorífico BPU de Durazno por inversionistas japoneses, la reapertura de Lifan, el reinicio de la producción de camiones Bongo, el interés de la aerolínea Azul en ampliar las operaciones en Uruguay, el interés de una productora de oleaginosos canadiense en la profundización de su actividad en el país, el aumento de las exportaciones y las mejoras en las expectativas empresariales.
Murro, como exsindicalista y exrepresentante de los trabajadores en el directorio del BPS, conoce ambos lados de un mostrador que ha expuesto los cambios bruscos que padecen quienes lo atraviesan para conformar el Poder Ejecutivo, y se acostumbraron a perder una visión panorámica que presenta mayores complejidades.
Desde hace algunos años que en Uruguay se habla de la automatización de diversas áreas de la producción y los servicios, enmarcado en un fuerte incremento a nivel global con profundas inversiones y estímulos hacia el desarrollo de la capacitación inherente a esos cambios. El problema --el gran problema-- es que aún sorprenda que el desempleo llega en momentos de una tasa de mayor actividad en el país y se queden allí, en estado de contemplación ante una cuestión instalada a nivel global y que ha llevado a la destrucción de miles de puestos de trabajo, tales como los definimos y conocemos en la actualidad. Entonces, vemos que le sorprende al director Nacional de Trabajo, Juan Castillo, que en Estados Unidos transiten camiones operados bajo la robótica, es decir sin choferes y guiado por cibernautas y radares, con cargas de hasta 50 toneladas, atravesando poblados, rutas y caminos. O los supermercados sin cajeros en Estados Unidos, Europa y Asia (hay 60.000 en el mundo), o la incorporación de nueva maquinaria en la industria de la alimentación que acelera y facilita procesos pero elimina empleos, al tiempo que nuevamente plantean para ese rubro a la “reconversión laboral” como una solución al problema.
Entonces, también, parece necesario que vengan analistas extranjeros a decirnos que más del 50% de los trabajos que hacen los uruguayos es absolutamente robotizable y que pueden prescindir de hombres y mujeres. Así las cosas, cualquier análisis queda desplazado porque la realidad es obvia y aún no despertamos.
Y porque las leyes laborales, el desconocimiento de la producción automatizada o su negación y resistencia por sindicatos, empresas y autoridades profundizará la brecha y colocará al país en peores cifras a futuro. O como lo dice el fundador de Microsoft, Bill Gates: “La tecnología reducirá la demanda de empleo en los próximos 20 años y la sociedad no se ha preparado para este desafío”. El desafío es, precisamente, cultural y las transformaciones desde ese punto de vista no se presentan al alcance de la mano en un país acostumbrado a su pasado fabril, con materias primas y sin mayor valor agregado que se colocaban en cualquier parte del mundo. Así atravesaron a las generaciones que se retiraban de su vida laboral después de trabajar décadas en el mismo lugar, sin mirar para otros lados, que ya sufrían transformaciones mientras calculaban formas de producir a menor costo y al mínimo riesgo.
Paralelamente, la cultura uruguaya asegura que cada uno debe estar en su lugar y hacer solo lo que le corresponde, sin adaptarse a los cambios y soñar con un empleo público que nos facilite el bienestar anhelado “para siempre”. Mientras tanto, no se premia la productividad, y así comienza la sustitución de los empleos con bajas calificaciones que en un futuro más cercano de lo que se cree ya no tendrán lugar.
Claro que para que esto ocurra habrá que cambiar un sistema educativo basado en parámetros añejos, anclado en discusiones bizantinas y paralizadas en debates que hacen perder tiempo porque las generaciones actuales evolucionan más rápido que el jaleo político. Y tampoco es necesario ser un analista para comprobar que esta realidad plagada de dialéctica se ha transformado en el árbol que nos impide ver el bosque.
El escenario que se viene requiere una capacidad analítica y creativa. O sea, algo que no puede hacer un robot, que está programado para repetir procesos. Sin embargo, en Uruguay nos encanta la repetición de los procedimientos sin visualizar el aprendizaje desde los errores, y ese sistema le legamos a las futuras generaciones que tendrán que lidiar con escenarios verdaderamente complejos.
Y como nada se presenta por generación espontánea, habrá que legislar acorde a las nuevas circunstancias y sin la rigidez actual que impide visualizar al perfil del nuevo trabajador que llegará con otro marco contractual. Por eso, también, es necesario observar la resolución de estas cuestiones a nivel internacional, ya planteadas en el Foro Económico Mundial celebrado el año pasado, donde los líderes hablaron de la “cuarta revolución industrial”, la priorización de la robotización en los empleos, el desarrollo de la inteligencia artificial y la nanotecnología.
La Directriz Estratégica 2015-2020, elaborada por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social denominada “Cultura del trabajo para el desarrollo”, presenta a las personas como agentes de cambio y la necesidad de lograr perfiles de trabajadores innovadores como una meta a desarrollar en los próximos cuatro años.
O sea, se plantea la reformulación de un criterio cultural en el lapso de un período de gobierno. Con razón, entonces, habrá datos que seguirán motivando a la sorpresa o al dolor.
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