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Paysandú, Lunes 05 de Junio de 2017

Otro aniversario del fallecimiento delsanducero del mundo, Eduardo Franco

Locales | 02 Feb ¿Qué lleva a unas cincuenta personas a reunirse, rodeados por la indiferencia de la ciudad, frente al busto a Eduardo franco, un 1º de febrero? ¿Qué hace que desde varias partes de América se viaje varios días para llegar a Paysandú en cada aniversario de la muerte del compositor y cantante? ¿Qué ocurre con la ciudad que lo vio nacer, crecer y vivir toda su vida, que no lo recuerda con la misma intensidad?
Caía lentamente el sol cuando ayer medio centenar de personas rodeó el busto de Eduardo Franco, para conmemorar el vigésimo séptimo aniversario de su fallecimiento. Aunque nadie lo dijo, también se cumplían dos meses del fallecimiento de su hermano, Leonardo, Leo o el Bocha Franco, fallecido otro 1º, pero de diciembre del año pasado, mientras estaba de gira por Guatemala.
Había argentinos, chilenos, peruanos, ecuatorianos, uruguayos y dentro de estos algunos --pocos-- sanduceros. Todos unidos por un mismo sentimiento, por una misma pasión, la música de Los Iracundos y las canciones de Eduardo Franco. Algunas caras conocidas, personas que viajan varios días cambiando de ómnibus en ómnibus para acercarse a Paysandú desde Perú o Ecuador, países profundamente iracundómanos.
Francisco “Panchi” Cosso, de Gualeguay, comunicador y comerciante, que alguna vez relató fútbol junto a José María Muñoz, habló a pedido de Julio Baccaro, el principal organizador de la conmemoración del fallecimiento de Eduardo Franco. Habló en el mismo idioma de todos, pleno en palabras que trataban de transferir los sentimientos que durante años y años han ido transformándose en anécdotas de vida, unidas sólidamente por la música de Los Iracundos.
Y después, muchos de los presentes también se expresaron. Había como una necesidad de hablar, de contar trozos de historias personales que cual rompecabezas iban encastrando cada intervención con la otra, formando una sola imagen, porque el amor por la música no sabe de fronteras, no conoce de renunciamientos, no se detiene ante la distancia a recorrer.
Algunas flores descansaban junto al busto y los aplausos no cesaban. María Karlowicz --Dana-- y Giselle Franco, viuda e hija del compositor y cantante, en primera fila, viviendo otro momento inolvidable. Con esa pena del amor que se fue, pero reconfortadas por ese amor tantas veces repetido en estos días por estos viajeros que --lejos de olvidar-- recuerdan cada día más aquellas canciones. Y las cantan, las siguen cantando, con voz afinada o desafinada, pero con el corazón en perfecto tono con Eduardo Franco, motor incuestionable de Los Iracundos, con quienes hizo famosas sus grandes melodías, sus temas que no saben del tiempo, porque una y otra vez lo vencen.
Hubo palabras de sorpresa, quizás de fastidio, porque Paysandú prácticamente no pareció enterarse que se recordaba a uno de sus hijos dilectos. Pero también quedó en evidencia que esta es una ciudad a la que le cuesta mostrar sus emociones, aun cuando siga siendo orgullosamente iracundómana.
Esta es y será la ciudad de Los Iracundos y de Eduardo Franco. Lo demuestre o no. Y cada 1º de febrero sabe que hay quienes llegan, desde más cerca o de muy lejos, para reunirse frente al busto que sigue mirando al Este, un lugar donde se deposita el corazón de quienes saben que sus vidas han estado y están marcadas, entre otras cosas, por la música de quien abandonó este mundo el 1º de febrero de 1989, pero que sigue vivo en cada una de sus canciones. Lo bueno nunca muere. Lo mejor mucho menos. Eduardo Franco y Los Iracundos están vigentes. Como antes. Más que antes.


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