Paysandú, Lunes 05 de Junio de 2017
Deportes | 15 Jul Una locura. La llegada de Nicolás Lodeiro a Paysandú fue increíblemente emocionante, así como sorpresiva. No porque el volante de la selección uruguaya que alcanzó el cuarto puesto en el Mundial no lo mereciera; al contrario. Sino porque salió de la nada, espontáneamente, con una veintena de personas haciéndole frente al frío en el monumento a la Virgen, y con varias más que esperaban en el trayecto que restaba recorrer para llegar a la ciudad.
Fue una locura. Nicolás pasó rápidamente por el monumento, agitando la bandera de Paysandú anudada a un mástil improvisado como lo fue una de las muletas que acompañan al futbolista, que se quebró un dedo durante el partido frente a Ghana, y que siguió jugando aquel recordado compromiso que vivirá por años en el recuerdo de los uruguayos. Y se puso en marcha la caravana, que recorrió las calles de la ciudad mientras más y más autos y motos se sumaban, y la gente salía a la calle con banderas uruguayas para saludar a Lodeiro.
Mientras el Barrio Jardín, el que vio patear a Lodeiro por primera vez una pelota, literalmente hervía. No cabía un alma. La plaza Lavalleja se tiñó de celeste, las trompetas y los redoblantes sonaban cada vez más fuertes.
Hasta que por 33 Orientales se divisó el auto que, manejado por su hermano Alfonso, traía a Nico. Y se desató la locura total. La música subió su volumen, los cánticos aumentaron, y la gente rodeó el vehículo que traía a un chico que hace rato se ganó el corazón de los sanduceros, de quienes no se olvidó en ningún momento. Porque por este lado del país se erizó la piel cuando Lodeiro sacó a relucir la bandera de Paysandú a lo largo de la caravana realizada en Montevideo. O cuando se acercó tímidamente al micrófono durante la entrega de medallas en el Palacio legislativo, para mandarle un abrazo a Paysandú. Su Paysandú. A las 17.17, el auto recién pudo pasar frente a la plaza Lavalleja. Y fue imposible que Nico pudiera bajar a su casa. Sí lo pudo hacer su madre y su novia, quienes fueron saludadas por todos los vecinos y por muchos que, a modo de agradecimiento, se fundieron en un abrazo con la mamá de Nicolás, sin importar conocerla apenas.
Era todo una locura. La gente se apostó frente a la casa del jugador, toda embanderada y con mensajes de la barra de amigos, mientras las máquinas de fotos, las filmadoras, fotos, banderas y lapiceras esperaban un recuerdo. Y se encendió la mecha cuando Lodeiro, ingresado por el patio de su casa, se asomó desde el dormitorio de la planta alta, para saludar.
Fue el momento en el que, puede decirse, se perdió hasta la cordura. Los gritos no cesaban mientras Nico saludó emocionado, durante minutos interminables, a quienes llegaron a agradecerle haber puesto, como cada uno de los jugadores celestes, el corazón en la cancha.
Inició el “soy celeste”, agitó las muletas y la camiseta número 14 que seguramente pasará a ser un trofeo más en su casa; un recuerdo inolvidable. “¿Qué más hago? Ya no sé cómo agradecer todo esto”, preguntaba tímidamente mientras, de igual manera, respondía al pedido de un beso a la distancia.
La llegada de Nico fue una locura. Fue el reconocimiento a uno de los leones celestes, a un pibe que le pasó de todo en este Mundial de Sudáfrica. Fue el homenaje espontáneo a la humildad de un pibe que tuvo un duro revolcón al ser expulsado tras sus primeros minutos ante Francia, que respondió cuando le volvió a tocar entrar, y que dejó el alma pese a la lesión frente a Ghana. Fue devolverle el sentimiento que tiene hacia sus amigos, su familia y, por si fuera poco, hacia este Paysandú.
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